viernes, 3 de enero de 2014
Capítulo 1. Un café con hielo por favor
Llueve, y este bar de mala muerte no deja de abarrotarse de gente, cada vez más. Parece que frente al mal tiempo este lugar que un día cualquiera sería cuanto menos evitable se convierte incluso en atractivo. La cola no deja de crecer y con ella el barullo y el ruido, no creo que pueda aguantar mucho más. Al fin llega mi turno.
-Un café con hielo por favor-murmullo malhumorada.
El camarero sonríe y enciende una ruidosa cafetera enorme, que bien podría ser una prima cercana de la primera cafetera que vio el mundo, el chorro de café cae contoneándose en la taza de plástico barato, y me provoca molestia. El camarero en un despiste deja caer dentro del café la diminuta cucharilla, que sin duda no acopla ni mucho menos con el tamaño de la taza, al darse cuenta de su fallo intenta remediarlo y no se le ocurre otra cosa que la genial idea de meter la mano entera dentro para intentar recuperarla. Con una mueca de repulsión y asombro que no me cabe en el rostro le digo al camarero, que aún continuaba urgando en mi "café".
-¿No esperará que le pague por eso verdad?
-Usted me ha pedido un café y esto, si mi vista no me juega una mala pasada, juraría que es café.
-Sí, y eso que hay en esa bolsa de al lado de la cafetera es café molido, ¿y a mí qué? Usted me da un servicio bien hecho y yo le pago así funciona la sociedad amigo, si no está conforme mudese a Canada, igual allí no tienen tantos escrúpulos.
"Y además, seguro que está aguado", pienso para mis adentros. Mientras me dispongo a salir de allí, hacia la calle que si no estaba inundada ya debía de quedarle poco.
El hombre debió notar mi ofensa y reaccionó escupiendo dentro del vaso de café y diciendo:
-Igual así le gusta más.
No lo soporto más y pasa lo inevitable. Agarro la taza de café y se la derramo por encima, hielo incluido o eso creía yo ya que parecía haber desaparecido, y de repente el hombre comienza gritar. Casi instantáneamente la gente posa su aburrida mirada en nosotros, y forman no otra cosa que el público de nuestro espectáculo.
Pero sus gritos...sus gritos son desmesurados para pertenecer a un hombre que simplemente estaba cabreado, no, debía ser otra cosa...
-¡Esta chica me a vertido una taza de café hirviendo por encima, miren, miren mis quemaduras!-dice mostrando sus brazos que efectivamente, y ante mi asombro, presentan irritaciones propias de una quemadura.
-Eso es imposible, usted me a servido café con hielo y eso es lo que le he tirado, ¡y lo sabe!
La gente comienza a mirarme con unos ojos que yo conozco muy bien "me están juzgando, lo sé, siempre lo hacen pero no comprenden que ahora mismo yo estoy tan confusa e indefensa como ese tipo" No me gusta esta situación, mi mente empieza a divagar entre los rostros de los allí presentes, una cara tras otra hasta que al final todas se asemejan iguales.
Y reacciono de la única forma que se me ocurrió en aquel instante, salí corriendo de allí, y me refugié entre la inmensidad de las calles de Nueva York donde nadie me conocía, donde nadie me juzgaría nunca.
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