Recuperé la consciencia de mi mismo pronto y decidí salir al campo
a tomar el aire, mas pronto me di cuenta que eso no sería posible, pues ya no
estaba en mi cuarto, tampoco en el castillo, ni si quiera en la aldea. Me
encontraba en un lugar rocoso, sin una brizna de aire, incluso me atrevería a
asegurar que allí no había oxígeno, sea como fuera, ese no era un problema para
mí, el oxígeno me estaba de más, solo deseaba volver.
De pronto recordé, a mi mente vinieron los recuerdos y los agarré
al vuelo como a mariposas incandescentes. Mi conversación con Lucifer. ¿Cómo
era posible? Yo estaba convencido de que el coloquio había tenido lugar en mis
habitaciones, ¿cómo llegué hasta allí? Y lo que era más importante, ¿cómo
salir? Me encontraba en el Infierno de eso ya no cabía duda, no obstante, ¿era
posible huir del Infierno?
“Debes
vencer a tu propio Infierno para salir, es la única manera muchacho.” En cuanto
sonó aquella voz en mi cabeza supe de inmediato quien me estaba hablando, mas
no comprendía. ¿Cuál es mi Infierno? “No
es otro que tu odio hacia ti mismo, debes comenzar a valorar esta nueva
oportunidad que te he brindado, si no lo logras nunca saldrás de aquí.”
“Ellos nunca me aceptaron,
y si no lo hicieron entonces ¿por qué lo harían ahora? Me dieron la espalda, me
condenaron incluso antes de cometer el crimen.” Rompí a llorar en el acto, y
sin darme cuenta mis pies se desplazaban independientemente de mi cuerpo,
avanzaba hacia algún lugar, aunque no creía conocer el camino sabía a dónde me
encaminaba, hacía la salida. Mas lejos de darme por vencido al solucionar mi
problema la rabia continuó saliendo por cada poro de mi piel, como un arroyo
que no hay manera de detener hasta que quede seco. “No hay justicia en este
mundo de locos, y si la hay, ¿cómo concebir que una mujer y un hombre no fueran
capaces de querer a un niño? ¿Cuál es la dificultad? Nunca fui normal, es cierto,
pero ellos no tenían derecho a esto, a convertirme en el monstruo que ahora
soy. Me han hecho pedazos, me destrozaron con las manos para esparcir los
trozos en el campo a medio arar. ¿Por qué? ¿Por qué tanta crueldad? ¿Por qué
continuar haciendo daño? Si al fin y al cabo yo tan solo era un niño, un
muchacho que no comprendía porque los otros niños se alejaban de él. Pero el
niño creció y llegó el joven, y no obstante, para él nunca hubo mayor presente que la
indiferencia, la incomprensión, las miradas de lástima, las mentiras.
Ellos me
odian, el mundo en su equilibrio y armonía natural no me permite formar parte
de él, me rechaza como el agua rechaza al aceite, simplemente por no ser tan
puro como ellos desearían. Jamás les perdonaré, ¿por qué hacerlo si ellos no se
merecen mi perdón? Mi único pecado fue nacer. ¿Pero por qué focalizar todo el
castigo, toda la desdicha en mí? ¿Es que acaso no nacieron los demás? ¿Acaso no
nacen los pájaros que vuelan, los peces de los océanos no nacen y viven
también, y el ladrón y el monstruo acaso ellos no fueron expulsados a este mundo?
Y yo que tengo más alma que ellos, más conciencia y más bondad tengo menos
libertad.
Ellos me han hecho esto, con mi vida pagué su ingratitud, y ahora
ellos pagarán con su alma mi condena. Seré su perdición en el camino y su
pesadilla en la noche. Tendrán en mí el enemigo más grande que podrán imaginar.
A todos ellos que desearon mi mal yo les devolveré el doble, por haber hecho
pedazos a un niño, por haber ennegrecido un corazón noble.”
Al descargar tanto odio que fluía a través de mí noté por primera
vez un mucho tiempo como mi carga se desvanecía. Mi cuerpo era mucho más ligero
que una pluma ahora, el odio me pesaba tanto que habría sido capaz de
asfixiarme de haberlo tenido un día más. Aunque por aquel entonces nunca lo habría creído, aquello que aparentemente me sacaba del infierno provocaba que mi alma entrara de verdad en él.
Ellos debían morir para yo poder gozar
de la vida, debían condenarse para que yo fuera libre. Así funciona este
despreciable mundo, es necesario destrozar tus obstáculos antes que estos te
lastimen, antes si quiera de que se den cuenta de que tienen la posibilidad de
hacerlo.
Me encontraba cegado por la ira, de manera que cuando quise darme
cuenta me hallaba al final de un túnel muerto. La piedra no puede morir lo
sé, pero no hay un mejor adjetivo para
calificar aquella sensación, simplemente se veía la perdición. En la
desembocadura del túnel había una amplia caverna a modo de antecámara, en su
extremo una puerta de mármol
oscuro,
con una inscripción:
«Por mí se va a la ciudad doliente,
por mí se va en el eterno dolor,
por mí se va en el eterno dolor,
por mí se va con la perdida gente.
La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»
Dante tenía razón, ahí estaba la inscripción, ahí estaba la infernal
puerta. Mas en una cosa no fue certero, los augurios de maldad y crueldad, de
dolor y desesperanza no estaban en la entrada del Infierno, sino en su salida.