sábado, 6 de septiembre de 2014

Capítulo 7: Lucardo



Mis ojos eran otros, nunca volvería a ser lo que fui, no más que un mísero cobarde, que se alimentaba una a una de sus penurias, aquello se había acabado para mí.

De modo que decidí salir en busca de una víctima en la que pudiera practicar lo aprendido las últimas lunas, y pese a ser noche cerrada no debiera costarme un gran trabajo, y así fue, tal y como apuntaron mis intuitivas predicciones, pronto hallé lo que buscaba.

Mi instinto se avivó de pronto, era un mendigo cuya envergadura acusaba la desnutrición, soy un amante de los retos mas no levantar sospechas era mi prioridad, de modo que en un acuerdo silencioso accedí:

-Buenas noches joven.- Dijo el hombre dedicándome una inquietante sonrisa.- Leo tus intenciones, y no creas que voy a rogarte, pues un viejo mendigo como yo no tiene nada que ofrecer ni aún a cambio de su propia vida. Aún has de saber que no me apena,  no supone una gran pérdida para mí este cuerpo inmundo.- Conforme avanzaba en su pronóstico mi inquietud se veía en aumento, ¿cómo pudo saber…?
-Buenas noches tenga usted al igual.- Dije con una sonrisa, pues aún si ese hombre lo era o no realmente, no debía acusarse preocupación alguna en mi rostro, ni miedo ni cualquier otra debilidad.

-Entiendo tu desconcierto chico, ¿tal vez creíste que eras la única criatura fuera de lo común en la región? –Río sonoramente con esto.

-Me siento de cierto modo en desventaja, ya que asemeja que conoce de mí más de lo que yo adivino de usted.

-Conozco tanto de ti, como lo haces tú mismo. Mi nombre es Lucardo, aunque mis amigos me llaman Luc, no obstante ese es un hecho que hace años que no se da.-Dijo apenado.-Puedo entrar en la parte más primitiva de tu cabeza, la que aún pertenece a la naturaleza. Pertenezco a una comunidad llamada Teasis… Bueno, al menos solía hacerlo antes de que me desterraran.

-¿Por qué razón ocurrió tal cosa?

-Rencillas del pasado que no merece la pena empeñarse en recordar, ya poco importa quien fuera alguien cuando su final se acerca.- Se encogió de hombros con una sonrisa en los labios.

-Parece que no le importa morir.

-¿Morir? – De pronto rió a carcajadas, no era una risa nerviosa, sino que era tan sincera como la de un infante, demostrando que realmente mi comentario le hizo gracia, lo cual incrementó mi desconcierto.- ¿Acaso te parece que un hombre que ha perdido su hogar, su nombre y su familia vive? En mi opinión, nunca he estado más muerto.

-Supongo que no.-Respondí con indiferencia.- De todas formas me gustaría saber, ¿puedes mostrarme?
El mendigo se incorporó y entrelazando sus manos envueltas en piel marrón usada cerró los ojos, y si no fuera por el bucle de imágenes que en mi interior se formó, diría que dormía. Entonces lo vi, vi ante mis ojos cobrar vida las historias de los juglares que de niño tanto me embrujaban, un hombre empuñando un bastón nudoso, un árbol que parecía andar y abrirse paso en la espesura del bosque, y un sinfín de criaturas desconocidas para mí no cesaban de pasar ante mí atónico subconsciente. L a última imagen que me brindó (ya que yo no fui capaz de leer en una mente tan compleja) fue la de una niña lactante, que estaba siendo sostenida por unas manos fuertes. Por su fuerza supe que era algo importante, que merecía la pena atesorar.

-¿Fue ese bebé la causante de su desdicha amigo?

-¡Desde luego que no! Esa niña es la cosa que me hace el hombre más dichoso del mundo, es mi hija, pero nació en el lugar equivocado, en el tiempo erróneo. Nada que no se haya remediado ya.- Dijo con auténtico pena en su mirada.

-Supongo que es la hora. –Dije en ausencia de tacto.

-Debe serlo, mi corazón lo nota, palpita a punto de salirse del pecho, de mis ojos lágrimas manan sin quererlo. Tengo miedo. Tengo miedo aun sabiendo que la vida es una bella mentira, y la muerte una triste realidad. Tengo miedo porque sé que seguir respirando no es estar vivo. Tengo miedo aunque sé que yo morí hace ya mucho tiempo. Mas quería pedirte algo si cabe, conozco bien vuestro método, y querría que borraras toda mi existencia. Que el rastro de mi vida desaparezca, que nadie recuerde el hombre que un día fui, ni en el que me he convertido. Mi vida fue un fracaso, ni tan siquiera pude proteger a quienes más quiero. Esa es la razón por la que no merezco seguir existiendo. No obstante, no me es grata la sensación de saber que mi paso por el mundo quedará totalmente inadvertido, te pido por lo que más deseas, te ruego, que no me olvides.  Ahora apresúrate y se breve. – Tras decir esto cerró sus ojos, semejando sereno; listo.

Me acerqué a él, casi de manera instintiva, me dejé llevar por mi yo más oscuro para descubrir que ya no estaba tan profundo como recordaba. En ese instante vi un túnel, mi mente entró en él, y de pronto los recuerdos me desbordaron. Presa del temor a perderme en ellos, eché a correr hasta el final del túnel hasta vislumbrar un brote. Sí, por extraño que parezca en el interior de la mente de aquel curioso individuo había un árbol. Trate de alcanzarlo para rozarlo con mis manos, y entonces se deshizo, como la arena entre los dedos. Me invadió una sensación de melancolía, que pronto fue eclipsada por la sensación de poder, había acabado con aquel hombre sin moverme un ápice.

Una vez acabé me volví de nuevo hacia el túnel,  pero aquel había desaparecido, era como si nunca hubiera existido, o quizás simplemente no había más que mirar, solo ausencia.

Silvio me sacó de mis pensamientos súbitamente. No sabría decir cuánto tiempo estuve meditando, los recuerdos me venían en bucle, y yo decidía cual coger.

-Siento que tu mente te atormenta, nada fuera de lo común entre los hijos de Hugin. Yo sé cómo encontrar alivio a tus malos recuerdos. –Dijo mostrándome una carta pintada. Al principio me pareció sencilla, mas luego me fijé que en el dibujo se avistaba un retrato del mismo Silvio rodeado de símbolos ennegrecidos que no acertaba a leer.

-¿De qué se trata?

- La carta atrapa la esencia de la persona liberando tu mente de la carga. Lo único que debes hacer es vaciar su contenido en ella, se asemeja a trasladar objetos de una caja grande a otra más pequeña. Siempre puedes volver a mirar la carta para recordar aquello que guardaste. En ella cabe cualquier cosa, desde una experiencia traumática, hasta el momento más feliz de tu vida. Solo procura no olvidar decir tu nombre al finalizar, plasmándola con parte de tu esencia.

-Comprendo…

-Aquí tienes chico, úsala bien.

Silvio salió de la habitación tras tenderme una de las cartas. En cuanto lo hizo sonreí aliviado y comprobé que en mi bolsillo tenía otra carta que le arrebaté en un breve descuido de su atención.

Miré fijamente esta primera, y tal y como me indicó el príncipe de pelo cobrizo vacié mis inquietudes en ella, tanto que la carta parecía incluso más pesada. Vacié en ella la parte de mí que tanta molestia me había causado, la más débil, la más humana. Puede que ese supusiera mi mayor error, ya que una parte de Ian se introdujo en esa carta, y ahora contemplaba mi vida pasada como la de un extraño, mas por alguna oscura razón no me importó en aquel instante, al igual que ahora continúa sin agraviarme.

 Mi rostro se grabó en ella y tras pronunciar mi nombre este se lacró en letras plateadas.  La guardé en la cómoda gris y centre mi atención en la otra carta.

Busqué en mi mente como la vez anterior, solo que no cogí mis recuerdos ahora, sino que fue una semilla, “debió desprenderse al caer el árbol” me dije, y la coloqué con cautela en el interior de la carta junto con el resto de recuerdos.

-No voy a olvidarte amigo, te lo prometo.

Y tras esto pronuncié en alto el nombre de la persona que me había marcado de verasu existencia antes incluso de que decidiera arrebatársela.

-Lucardo.


Y la carta quedó sellada con las memorias de un hombre que para el mundo nunca existió.