jueves, 17 de diciembre de 2015

Condenados al olvido

Hoy desperté en la noche, la almohada bañada en lágrimas, no puedo dormir, me duele el pecho. No entiendo nada y a la vez lo entiendo todo, y ese entender me sobrepasa, es demasiada carga para un solo corazón.

No entiendo nada y a la vez lo entiendo todo, tanta ignorancia, de tanto mirar hacia otro lado nos va a salir una contractura en el cuello. ¿Cómo no podemos ver? ¿Realmente estamos tan ciegos? Lo vemos pero lo ignoramos, lo vemos pero nos sobrepasa y por eso enseguida apartamos la mirada, preferimos no pensar para no sufrir que vivir en el dolor eterno, que nunca acaba.

No entiendo nada y a la vez lo entiendo todo, ¿cómo podemos vivir sabiendo? ¿Seguir durmiendo por las noches? Créeme, yo ya no puedo. Encender las noticias y de nuevo, siempre lo mismo, afirmamos que estamos cansados, la misma historia pero más muertos. ¿Cómo vamos a cansarnos si por no actuar ni pensamos en ellos? Quizá ese niño jugaba, quizá esos padres lloraron, quizá tenían sueños, ¿y ahora? Todo roto, y nosotros ni lo pensamos. Ni un minuto de nuestras vidas dedicamos a lamentarlo, porque sabemos que una vez empecemos no podremos parar.

No entiendo nada y a la vez lo entiendo todo, esos niños que crecieron insensibles al dolor ajeno ¿Dónde estaban esos padres cuando despertaba en ellos, la semilla putrefacta y maloliente de la crueldad? ¿Dónde estaba esa gente que aseguraba el futuro a todo ser o criatura para hacer realidad sus ambiciones? Dime, ahora que el niño inocente ya no es tal cosa, que lo que comienza matando a un gato termina en un triple asesinato dime, ¿Dónde están todos ellos? Escondidos y temerosos de no controlar la situación, preguntándose ¿qué pasó?, ¿dónde quedó toda aquella ternura sin control? ¿Todo aquel cariño de un niño alegre? Bien, se consumió, la llama del afecto no pudo resistir en las frías aguas del dolor, de la incomprensión, de la pasividad.

No entiendo nada, ¿y esos hombres y mujeres que luchaban unidos por el mundo sin bandera ni nación? Esos héroes silenciosos que en cada generación daban su vida por la tuya y por la mía ¿dónde están hoy? Se cansaron de luchar por almas vacías, se cansaron de vivir una vida de tortura, de recorrer el camino del dolor, para que ahora ni tú ni yo recordemos sus nombres, sus hazañas, sus logros y tampoco sus fracasos.

Despertemos de la amnesia, miremos atrás, ahí a lo lejos hay un infierno de lucha y de tormentas de espadas, de sangre y de muerte, todo por lo mismo, vivir en paz. Siglo tras siglo alguien salía tímidamente de la multitud y gritaba, basta, no queremos vivir en un mundo de sufrir, toda esta agonía ¿para qué? ¿Cómo empezó todo? ¿Es que acaso siempre fue así? Desde que el hombre inventó las posesiones ya nadie puede ser feliz. Miremos ahora hacia delante, nos gustaría ver un lugar en paz, un lugar donde ver crecer felices a nuestros hijos, un lugar donde morir tranquilos. Pero mira otra vez, no está ese lugar ahí, lo único que hay es espacio vacío, que bien puede ser ocupado por ese mundo ideal o solo por más miseria. Es por eso que surgía alguien de entre las cenizas para aportar un soplo de esperanza a este mundo maloliente. Muchos nombres tuvo a lo largo de la historia, Dalai Lama, Nelson Mandela, Gandhi, Luther King, Teresa de Calcuta, no importa. ¿Quizá seas tú esta vez? ¿Quizá sea yo? No lo sé, quizá un solo hombre no sea suficiente. Quizá simplemente nunca lo fue.

¿Cuándo aprenderemos que un muerto ya es demasiado? ¿Qué una guerra nunca es un mal necesario? ¿Cuándo nos daremos cuenta que aunque las cosas ocurran lejos ocurren igualmente? ¿Cuándo? Cuándo ya sea tarde, cuando ya no quede nadie por morir ni por pelear en esas guerras, cuando ya no haya nadie, ni lejos, ni cerca, cuando ya no quede un niño con inocencia en sus ojos.

¿Cómo una persona puede cargar con el dolor de todo un planeta? No puede. No puedo. Por eso, mañana despertaré con un dolor leve, un fantasma de la intensidad que ahora siento. Un dolor lejano que acabará marchándose, como la cicatriz que queda después de la herida. Pero este dolor no se va del todo nunca, parpadea como las estrellas y volverá, volverá otra noche y me oprimirá el pecho, me recordará que el mundo no es un lugar hermoso, y que ni tú ni yo hemos hecho nada para cambiar eso. Quizá mañana, decimos, quizá más tarde. Pero más tarde ya es demasiado.

Por eso olvidemos, olvidemos esto cuanto antes, para que no pese en nuestra alma, para que no duela, olvidemos, sí, pero hagámoslo mañana, al menos esta noche démosles nuestras lágrimas, al menos esta noche dediquémosles un recuerdo, una admiración, incluso unas palabras mudas de aliento, al menos hagamos eso. Porque no están solos aunque no lo sepan, porque compartimos su dolor aunque solo sea una ínfima parte que no alivie su carga, porque no nos olvidamos de ellos, les apoyamos, les ofrecemos una ayuda insuficiente, les acogemos, les brindamos la mano, porque al menos se merecen eso.


Hoy desperté en la noche, la almohada bañada en lágrimas, no puedo dormir, me duele el pecho.

jueves, 26 de marzo de 2015

Animalicémonos



Sin ocupaciones como me encontraba decidí hacer honor al don que la naturaleza nos ha dado y decidí pensar, y como es de nosotros desde donde mana esta esencia tan hermosa decidí pensar en el hombre, en su camino, su "evolución", y maldito el momento en que tomé la condenada decisión pues conforme más pienso más me doy cuenta de que cuanto más se desarrolla el ser humano más se pierde.

El ser humano es el único animal capaz de exterminar cruelmente a los miembros de su misma especie; el ciervo cesa en su lucha cuando ve que el territorio al fin es suyo, el pavo real pliega sus plumas al comprobar que ha obtenido a la hembra, el lobo suelta su mandíbula del cuello del adversario cuando este se subordina a él; y por supuesto no hay maldad en ninguno de sus actos, pues ellos no la conocen. El ser humano sin embargo, apretará el gatillo aún cuando su enemigo yace en el suelo rogando piedad.
Ya no somos animales, hemos perdido eso en el camino, y es lo peor que podríamos haber hecho.

Cuanto más innovamos, cuanto más creamos, cuanto más nos humanizamos en definitiva, más nos vamos alejando del reino animal al que pertenecimos una vez. Esta es la razón por la que muchas personas andan desesperadas tratando de encontrar su lugar en este mundo, sintiendo que no encajan en ningún sitio. Nos hemos desvinculado de donde pertenecemos, tanto que ya lo admitimos de forma innata; construimos edificios y rascacielos de cientos de pisos soñando tocar el cielo, las religiones crean paraísos alternativos donde podremos encontrar la paz y vivir mejor, las cuentos e historias nos presentan mundos imaginarios para evadirnos de este, incluso en la filosofía ya Platón nos prometía que si nos esforzábamos por salir de la caverna alcanzaríamos el maravilloso mundo de las ideas.

Estamos tan ciegos que somos incapaces de ver que nuestro lugar no es el cielo, ni la Luna, ni Marte, es el suelo, inventamos maravillas, paraísos y mundos, olvidando que nuestro mundo ya es una maravilla y un paraíso que tardó más de siete días en formarse (mucho más). Nuestro lugar es este, no el rascacielos, no el helicóptero ni el yate, nuestro lugar es tan lujoso como el campo entre el que saltan los conejos, el fango entre el que los cerdos se revuelcan, la tierra de la que el sauce se nutre.

Hemos vencido a la muerte, alargando nuestra estancia en el planeta para aumentar el tiempo que pasamos viviendo este sinsentido, pues en eso se traduce todo cuando no eres de ningún sitio.
Pero eso es completamente falso, nuestra casa en inmensa, tanto que no podremos conocerla entera en una sola vida (por mucho que la estiremos),¿no es esta la riqueza que siempre hemos buscado? ¿O es que nos asusta darnos cuenta que somos como el resto, que no somos tan único ni tan indispensables como nos creíamos?
Poco nos diferencia de una ardilla, nadie puede negarlo, aunque lo intentemos solo conseguiremos aumentar más y más nuestra angustia (por eso el estrés se ha convertido hoy en la epidemia de nuestra especie), ambos estamos aquí para lo mismo.

Con todo esto no digo que debamos renunciar a nuestro cerebro, eso jamás, nuestro lado racional es nuestra esencia, debemos continuar creando, continuar avanzando, estamos programados para ello, es lo que hace que este mundo sea más rico de lo que es, pero debemos hacerlo bien. El camino ya lo conocemos, él late en nosotros, y no es otro que la animalización.

Animalicémonos para poder seguir respirando. Animalicémonos para poder vivir en paz. Animalicémonos para volver a ser felices. Animalicémonos para salvarnos de este caos. Pero sobretodo, animalicémonos para volver a ser humanos.