miércoles, 26 de marzo de 2014

Capítulo 2: Lion, el ciego que aprendió a volar

Me recuperé del golpe...No, para poder haberme recuperado debería haberme golpeado, pero lo cierto es que caí con tal suavidad en el suelo, que una pluma de pavo real me habría envidiado; o al menos eso sentí.
Pero el mazazo que sentí en mi interior fue mucho peor que si de veras me hubiera golpeado, estaba atrapado en ese infame mundo, obligado a ser alguien quien en realidad no era y a convivir conmigo mismo durante la eternidad.
Cualquier avaro habría soñado con estar en mi posición, sin ataduras, ni terrenales ni tan siquiera vitales,¡pobres miserables! Si existía algo peor que la muerte eso era no poder morir. Era el mejor de los regalos que tenían los vivos; poder descansar y encomendar su alma a Dios. Para mi alma no había salvación ya, y para mi sufrimiento jamás existiría descanso, sin duda, el sufrimiento que aquel día padecí no he vuelto a experimentarlo jamás.
Y de nuevo en la desesperación ya encontré, la única salida disponible. La última puerta abierta cuando las demás ya habían sido demolidas brutalmente.
Aquellos horribles hombres tenían un plan para mí, debía saber cual era, y si me merecía la pena cumplirlo. Complacer a esos hombres era lo último que deseaba, mas era consciente de que dentro de muchos años cuando todo lo perecedero de este lugar caduque, como las hojas al llegar el otoño, seríamos solo nosotros los que quedaríamos sobre la faz de esta, ya lúgubre para mí, tierra.

Caminé hacia el castillo de nuevo, y toqué una vez más a las puertas del infierno, pero esta vez estaba prevenido, no volvería a errar de nuevo.

-Has vuelto- musitó la mujer de la puerta sin un ápice de humanidad en su rostro, debía ser como el resto.

Me encogí de hombros y me dispuse a solicitar una entrevista con aquellos que habían cambiado mi vida.
Pero antes de darme tiempo a retomar la conversación la bella mujer me señaló una puerta, como si se hubiera colado en lo más recóndito de mi mente y hubiera sabido lo que deseaba sin antes yo pedirlo. Eso me asustó, pues no sabía hasta que punto mis pensamientos estaban expuestos.
Me planté de pie ante las pesadas puertas de madera caoba, y golpee quedamente a la puerta; en ese instante supe que debía entrar.
Pero fui consciente de que un hombre no era capaz de abrir esas puertas del tamaño del propio árbol del cual estaban extraídas, pese a ese coloque mis manos sobre la puerta y con un leve empujón estas se abrieron de par en par. No había adquirido una fuerza sobrehumana de eso era consciente, puesto que por muy fuerte que fueras con el roce de una mano no se puede mover semejante peso...no, debía de ser algo más.

-Ian, te estábamos esperando necio, como te has atrevido a tratar de quitarte la vida, el regalo que nosotros te entregamos en nuestra confianza despreciado y malgastado por un muchacho estúpido.-dijo Gabriel con los ojos inyectados en sangre preso de la ira, parecía ser el único que se dejaba llevar por sus pasiones internas.-Suerte que tu hermana difiere tanto de ti.
Mi hermana... ¡LUCY! Oh Cielos, la había olvidado de nuevo.

 Caín en cambio, se dirigió a mí de una manera mucho más cordial, aunque se trataba de una falsa cordialidad desde luego.

-Obraste mal muchacho, te precipitaste es cierto.-hizo una pausa pensativo, para esos seres el tiempo no fluía del mismo modo, parecían ajenos a él. No, no lo parecían, lo eran, eran inmortales al igual que yo.- Mas acércate, te lo ruego.
Cuando me acerqué de nuevo al salón de los tronos, vi una sombra que no recordaba estuviera allí, una sombra rubia y con rostro, que desde luego, no era de modo alguno ninguna sombra.
-¡Hermano!-grito ella, al tiempo que se abalanzaba sobre mi y rodábamos por el frío suelo de mármol rojo. De nuevo, el golpe, pese a que estuve esperándolo, no llegó nunca. Tras incorporarnos ella me miró y me hablo con su tono afable- No estés triste hermanito, papá y mamá no sufren ya, ellos no estuvieron a la altura de unos planes mucho superiores, por fortuna, nosotros si lo estamos.

Súbitamente, me separé de ella, ¿cómo era posible que aquellas palabras salieran de sus labios en un tono tan desenfadado, cuando en realidad debía de ser triste y lleno de pesar? ¿Qué planes tendrían aquellos hombres para nosotros, serían lo suficientemente relevantes como para que pudiera perdonar la muerte de las personas que me trajeron al mundo?
Caín se acercó a mí, sin pronunciar palabra alguna, y me indicó que le siguiera, no con la mirada ni con un gesto, simplemente supe que debía ir tras sus pasos. Andamos sin cesar hasta llegar a un sucio callejón de mi aldea, lo conocía muy bien. Allí sentado había un hombre, mas no pude adivinar esta vez cuál era su papel en todo ello.
-Ahora comprenderás, Ian, el poder que posees, que poseemos.

Caín se acercó al desdichado hombre, que se encontraba cantando una melancólica canción...

..."Lion era un ciego con guantes de latón
     un día iba paseando entonando una canción,
     llegado a una montaña mil veces tropezó,
     pero Lion era fuerte y mil y una veces se levantó..."

El hombre no pudo terminar nunca su canción, se quedo mudo y se puso a mirar el horizonte.
-Que extraño, no consigo recordar la letra...

Caín se sonrío y me lanzó una mirada cómplice, y el hombre lanzó un grito ahogado y lloró amargamente. Poco duró su llanto, miró al frente y no se movió mas que para acunar su cabeza entre su regazo y sollozar asemejándose a un infante.
No es justo, ese hombre era feliz, no tenía nada, al igual que yo, tan solo estaba a salvo en su mente, en sus propios pensamientos, en aquellos bien atesorados recuerdos de una vida ya pasada. Pero eso ya no era del todo cierto. Miré a Caín recriminatoriamente, y al cruzar nuestros iris en una sola mirada una avalancha extraña se apoderó de mi mente, una oleada de imágenes me invadieron, un nacimiento al que yo jamás asistí, una infancia que nunca viví, la vida de un hombre que no era yo, la vida de aquel pobre y miserable mendigo.
Entonces una lágrima rodó sobre mi mejilla y entoné...

..."Lion era un ciego y un mal día tropezó...

El hombre miró ilusionado hacia mí.
-Sí, esa es, así continuaba la canción-musitó.-Por favor, dime como sigue la letr...

No pudo terminar esa frase jamás, ya que su mirada que ya se encontraba perdida en el horizonte, había dejado de ver, su corazón no emitió un solo latido más, había muerto.
Entonces llorando desconsoladamente canté...

..."con tanta mala suerte que un barranco encontró
     el pobre la caída no pudo soportar
     y alzando humilde el vuelo... a... la... muerte... fue a abrazar"






martes, 25 de marzo de 2014

Capítulo 1. Bienvenido a los reinos olvidados

“Dicen que en los reinos olvidados pierdes el corazón…”

Cuando mi turbada mente emergió de ese horrible letargo me di cuenta de que nada cuanto conocía era cierto. El mundo que me había visto crecer no era más que una farsa, una comedia interpretada por los mejores actores, pues ellos mismos estaban convencidos de que su papel formaba parte de su esencia, cuando no podían estar más equivocados.
Ahora me encontraba tras el telón, y la función vista desde fuera resultaba aún más absurda y cómica de lo que asemejaba en el escenario.
Adivino os preguntáis qué acontecimientos me hicieron cambiar mi parecer para estar convencido de que el mundo ya no era el mismo; o mejor dicho, el mundo permanecía impertérrito, eran mis ojos los que habían cambiado.

Reyes, duques, emperadores, todos creían tener el poder de gobernar nuestras míseras vidas, oh infelices, no imaginan que no son más que títeres en manos de entes muy por encima de sus infames ánimas. Nosotros, los hijos de Hugin, tan solo éramos una pieza de ese puzle cósmico, un pequeño fragmento, pero al igual que en los rompecabezas más grandes, a veces, una pieza basta para que todo falle, y sí, nosotros éramos una pieza muy especial, que aún diminuta comparada con el extenso puzle, nuestros actos podrían desatar el caos más temido, el mayor de los males, la maldición más temida por el hombre: el olvido.
Eso era lo que nos diferenciaba del resto de humanos, incluso del resto de seres que habitan este inmundo planeta; poseemos el poder de arrebatar con solo desearlo aquello que atesoras en tu cabeza con afán, lo que fuera tu más preciado tesoro: tus recuerdos. Una canción infantil, tu primer beso, incluso el paso de la persona más especial para ti por tu vida,  o aún peor, tu propia existencia; todo ello puede ser borrado de tu mente. Devoramos esos recuerdos, como la sanguijuela se adhiere a tu piel para extraerte la sangre, esta es el elixir de la vida según algunos… ¡Valientes ignorantes! No saben lo que es sentirse vacío, solo, desamparado, observar impotente como tu paso por el mundo jamás dejó huella, tan solo porque nadie te recuerda, ni tú mismo sabes quién eres. Te aseguro amigo que en ese instante, la sangre es un bien que no vale nada. Y es que el mayor temor del hombre es ser olvidado, todo lo que hacemos, todo por lo que vivimos está destinado a esta vana causa; deseamos ser como Mozart y pasar a la historia con una bella melodía, o como Shakespeare y dejar un legado de hermosos escritos, que al pasar los siglos alguien, aunque solo sea una persona, cada vez que contemple nuestro regalo para el mundo recuerde cuanto menos nuestro nombre.

Es asombroso como se puede borrar nuestra existencia, nuestro paso por la Tierra con la fuerza de un suspiro, asombroso, sí, pero sobretodo es aterrador.  No queremos morir, deseamos ser inmortales, ya sea en vida, a través del ánima creando múltiples y a en ocasiones descabelladas religiones, o con nuestros actos.

Esta es la causa que provocó la creciente angustia que florecía desde mi esófago; al principio solo sentía pena, pena por mí y por mi hermana, pena por mis desgraciados progenitores, pena por todos los habitantes del mundo, que parecían no ser capaces de despertar de la ensoñación a la que estaban sometidos.
Enseguida la pena se transformó en odio, lo focalicé en mis captores, en aquellos ruines truhanes que me habían arrebatado la vida, y de pronto descubrí lo farsante que había sido conmigo mismo. Yo fui quien deseaba cambiar a toda costa, yo fui quien deseo la muerte de mi padre, yo fui quien acudió a las puertas del mismísimo infierno pidiendo ayuda, yo y solo yo, nadie más.  
Tras esta idea comencé a odiarme a mí mismo, a mi estupidez, a mi ignorancia y a mis impulsos irracionales, pasaba los días repugnado, mirando mi reflejo en alguna laguna preguntándome: ¿Cómo pude ser tan estúpido? ¿Cómo pude caer en la trampa? Yo que era el cazador me había transformado en la presa. Así que decidí no volver a cometer el mismo error, mis deseos no importaban, mis problemas no importaban, mi vida había dejado de existir hace mucho, no me quedaba nada.

En la nada me hallaba, y ya en la nada decidí encomendarme al único que no me había fallado jamás, cerré mis ojos y recité mis oraciones.  Mas esas oraciones jamás fueron pronunciadas por mis labios, mencionar siquiera a Dios me provocaba nauseas; mi mente se bloqueaba en esa idea, no era capaz de concebirla. Y eso fue lo peor, caí en la más profunda y negra oscuridad, yo que estaba muerto sentí frío en plena tarde de agosto, mas no era un frío corriente, era el frío de la soledad. Dios me había abandonado, me había dado la espalda, estaba completamente solo.

Desamparado como me encontraba decidí tomar la última decisión egoísta de mi vida, acabar con mi existencia dejando atrás a mi hermana, lo único que me quedaba. Pero no me pareció tan horrible la idea entonces, continuar en este mundo me parecía una experiencia miserable. Así que me encaminé al puente más próximo y me dispuse a saltar al lago seco, pero fue en el vacío cuando la sombra de la duda me invadió, y fue en el suelo cuando la certeza de la verdad me golpeó como el más terrible de los mazos dando vida a la peor de las respuestas.

Era inmortal.


Tras los muros de Dios



Me levanté con el irritante sonido de las campanas anunciando el comienzo de la oración de la mañana, no puedo entender cómo los monjes pueden levantarse tan temprano. Ya no era capaz de volver a conciliar el sueño así que me dispuse a proseguir con mi trabajo. Abandoné la habitación que para mí habían dispuesto y me deslicé sigilosamente- pues si mi memoria no me falla, los clérigos se encuentran celebrando maitines- por los pasillos laberínticos hasta llegar al patio principal. Allí me puse manos a la obra.
Los deseos del abad eran bien claros, quería que convirtiera aquella fría superficie pedregosa en un claustro que comunicara con la iglesia principal y las celdas de los monjes, así como otras habitaciones. A mí se me había encomendado la difícil tarea de transformar este viejo castillo de piedra en un monasterio rebosante de vida.
Así, los anchos muros de piedra de aquel patio pasarían a estar formados por columnas que coronaran el majestuoso claustro, sí, ¡qué majestuoso sería! Y el suelo... el suelo de piedra gélida desaparecería para dar pie a un maravilloso jardín, uno fértil y espectacular como no se ha visto jamás. Encajarían a la perfección con el equilibrio del edificio que se levantaría en honor a Santa María de la Blanca.

Tras la inspección del terreno que realicé el día anterior, pude comenzar a trazar unos planos que contuvieran mis más sentidos y soñados anhelos, unos planos que debían proyectar algo que cobraría vida mucho más allá del papel.

El edificio principal sin duda alguna era la iglesia que ya estaba erguida aprovechando la capilla que le propio castillo ya incluía dentro de sus muros. Al extremo derecho habrá lugar para toda clase de habitaciones de múltiples funcionalidades indispensables, tales como el scriptorium. Y así, una larga lista de habitáculos donde los monjes harán precisamente eso a lo que se han sentido llamados: ora et labora-orar y trabajar-.

Ya dispongo de una idea clara de la estructura del futuro monasterio de piedra - que debe su nombre al ría que pasa cerca de uno de sus extremos-, no obstante, los monjes se encontraban orando y meditando aún, y el abad dejó bien claro que la obra no debía alterar de forma alguna la actividad monástica, por lo que me dispongo a dar un paseo alrededor de los muros que con mis manos voy a transformar.
 El paraje del que está rodeado el castillo es más que reconfortante y hermoso, se encuentra sin duda en una transparente armonía; el caudal del río Piedra, combinado con los altibajos del terreno, forma unas cascadas sonoras que riegan la vegetación adherida a la pared de la montaña. Sin duda, el monasterio debía de estar a la altura de aquel pedazo de Edén, no podía ser de otro modo.

Tras finalizar mi apaciguador paseo me reuní con el abad para mostrarle los planos y solicitarle algunos obreros. Le pareció bien mi planteamiento del proyecto y me asignó unos pocos obreros a los que sus compañeros deberían sustituir en sus labores cotidianas. A decir verdad, no me era grata la idea de disponer de monjes para alzar aquellos cimientos, pero en ausencia de obreros formados eran mi única opción. Ellos se acababan de convertir no solo en los obreros de un monasterio, sino en los obreros que plasmarían mis sueños sobre aquella tierra.

Y así fue tomando forma aquella edificación, que pronto se convirtió íntegramente en el trabajo de mi vida. Me encargue personalmente de tallar los capiteles que coronaban aquellas portentosas columnas. Los monjes iban adaptándose a aquel nuevo ambiente que pronto se convertiría en foco de cultura y oración; en casa de Dios.

Años pasaron hasta que pude al fin ver mi proyecto cobrar vida. Pero allí estaba, en medio de esta gran obra maestra de la naturaleza, se alzaban, orgullosos los muros del Monasterio de Piedra que, si no formaban la edificación más hermosa de la península, no se hallaba lejos de serlo, orgulloso me encuentro sin lugar a duda de esta obra que ha salido de mi mente.


Me encuentro frente al poderoso edificio que deseo que se convierta en la última imagen que tenga la oportunidad de contemplar ya en mi lecho de muerte. Su capilla será el foco de todo este bullicio de fe que, adornada con las mas bellas y artísticas esculturas arquitectónicas, será el punto de unión de los monjes con el Señor.

Sueño con que este santo lugar se convierta en hogar para aquellos hombres que, por vocación, se han sentido destinados a seguir las normas de San Benito y, a su vez, ser precursores del mantenimiento de la cultura y grandes pilares dentro de la comunidad cristiana.
Este lugar, fruto de las manos del hombre pero gracias a la grandeza divina, que destinado está a alojar en su seno a multitud de fieles que no buscan sino cultivar la fraternidad, la vida en comunidad, la solidaridad con sus iguales y la fe en Dios.
Que la vida perdure por muchos siglos en este edificio, y que consiga cumplir con su papel: acercar al hombre a Dios, alejándolo de los problemas externos. Siendo un lugar de consuelo y descanso para pobres y peregrinos que cansados de su fatigosa vida busquen cobijo entre sus muros por siempre.

Esta es sin duda mi última voluntad.