martes, 25 de marzo de 2014
Tras los muros de Dios
Me levanté con el irritante sonido de las campanas anunciando el comienzo de la oración de la mañana, no puedo entender cómo los monjes pueden levantarse tan temprano. Ya no era capaz de volver a conciliar el sueño así que me dispuse a proseguir con mi trabajo. Abandoné la habitación que para mí habían dispuesto y me deslicé sigilosamente- pues si mi memoria no me falla, los clérigos se encuentran celebrando maitines- por los pasillos laberínticos hasta llegar al patio principal. Allí me puse manos a la obra.
Los deseos del abad eran bien claros, quería que convirtiera aquella fría superficie pedregosa en un claustro que comunicara con la iglesia principal y las celdas de los monjes, así como otras habitaciones. A mí se me había encomendado la difícil tarea de transformar este viejo castillo de piedra en un monasterio rebosante de vida.
Así, los anchos muros de piedra de aquel patio pasarían a estar formados por columnas que coronaran el majestuoso claustro, sí, ¡qué majestuoso sería! Y el suelo... el suelo de piedra gélida desaparecería para dar pie a un maravilloso jardín, uno fértil y espectacular como no se ha visto jamás. Encajarían a la perfección con el equilibrio del edificio que se levantaría en honor a Santa María de la Blanca.
Tras la inspección del terreno que realicé el día anterior, pude comenzar a trazar unos planos que contuvieran mis más sentidos y soñados anhelos, unos planos que debían proyectar algo que cobraría vida mucho más allá del papel.
El edificio principal sin duda alguna era la iglesia que ya estaba erguida aprovechando la capilla que le propio castillo ya incluía dentro de sus muros. Al extremo derecho habrá lugar para toda clase de habitaciones de múltiples funcionalidades indispensables, tales como el scriptorium. Y así, una larga lista de habitáculos donde los monjes harán precisamente eso a lo que se han sentido llamados: ora et labora-orar y trabajar-.
Ya dispongo de una idea clara de la estructura del futuro monasterio de piedra - que debe su nombre al ría que pasa cerca de uno de sus extremos-, no obstante, los monjes se encontraban orando y meditando aún, y el abad dejó bien claro que la obra no debía alterar de forma alguna la actividad monástica, por lo que me dispongo a dar un paseo alrededor de los muros que con mis manos voy a transformar.
El paraje del que está rodeado el castillo es más que reconfortante y hermoso, se encuentra sin duda en una transparente armonía; el caudal del río Piedra, combinado con los altibajos del terreno, forma unas cascadas sonoras que riegan la vegetación adherida a la pared de la montaña. Sin duda, el monasterio debía de estar a la altura de aquel pedazo de Edén, no podía ser de otro modo.
Tras finalizar mi apaciguador paseo me reuní con el abad para mostrarle los planos y solicitarle algunos obreros. Le pareció bien mi planteamiento del proyecto y me asignó unos pocos obreros a los que sus compañeros deberían sustituir en sus labores cotidianas. A decir verdad, no me era grata la idea de disponer de monjes para alzar aquellos cimientos, pero en ausencia de obreros formados eran mi única opción. Ellos se acababan de convertir no solo en los obreros de un monasterio, sino en los obreros que plasmarían mis sueños sobre aquella tierra.
Y así fue tomando forma aquella edificación, que pronto se convirtió íntegramente en el trabajo de mi vida. Me encargue personalmente de tallar los capiteles que coronaban aquellas portentosas columnas. Los monjes iban adaptándose a aquel nuevo ambiente que pronto se convertiría en foco de cultura y oración; en casa de Dios.
Años pasaron hasta que pude al fin ver mi proyecto cobrar vida. Pero allí estaba, en medio de esta gran obra maestra de la naturaleza, se alzaban, orgullosos los muros del Monasterio de Piedra que, si no formaban la edificación más hermosa de la península, no se hallaba lejos de serlo, orgulloso me encuentro sin lugar a duda de esta obra que ha salido de mi mente.
Me encuentro frente al poderoso edificio que deseo que se convierta en la última imagen que tenga la oportunidad de contemplar ya en mi lecho de muerte. Su capilla será el foco de todo este bullicio de fe que, adornada con las mas bellas y artísticas esculturas arquitectónicas, será el punto de unión de los monjes con el Señor.
Sueño con que este santo lugar se convierta en hogar para aquellos hombres que, por vocación, se han sentido destinados a seguir las normas de San Benito y, a su vez, ser precursores del mantenimiento de la cultura y grandes pilares dentro de la comunidad cristiana.
Este lugar, fruto de las manos del hombre pero gracias a la grandeza divina, que destinado está a alojar en su seno a multitud de fieles que no buscan sino cultivar la fraternidad, la vida en comunidad, la solidaridad con sus iguales y la fe en Dios.
Que la vida perdure por muchos siglos en este edificio, y que consiga cumplir con su papel: acercar al hombre a Dios, alejándolo de los problemas externos. Siendo un lugar de consuelo y descanso para pobres y peregrinos que cansados de su fatigosa vida busquen cobijo entre sus muros por siempre.
Esta es sin duda mi última voluntad.
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