Mis ojos eran otros, nunca volvería a ser lo que fui, no más
que un mísero cobarde, que se alimentaba una a una de sus penurias, aquello se
había acabado para mí.
De modo que decidí salir en busca de una víctima en la que
pudiera practicar lo aprendido las últimas lunas, y pese a ser noche cerrada no
debiera costarme un gran trabajo, y así fue, tal y como apuntaron mis
intuitivas predicciones, pronto hallé lo que buscaba.
Mi instinto se avivó de pronto, era un mendigo cuya
envergadura acusaba la desnutrición, soy un amante de los retos mas no levantar
sospechas era mi prioridad, de modo que en un acuerdo silencioso accedí:
-Buenas noches joven.- Dijo el hombre dedicándome una inquietante
sonrisa.- Leo tus intenciones, y no creas que voy a rogarte, pues un viejo
mendigo como yo no tiene nada que ofrecer ni aún a cambio de su propia vida.
Aún has de saber que no me apena, no
supone una gran pérdida para mí este cuerpo inmundo.- Conforme avanzaba en su pronóstico
mi inquietud se veía en aumento, ¿cómo pudo saber…?
-Buenas noches tenga usted al igual.- Dije con una sonrisa,
pues aún si ese hombre lo era o no realmente, no debía acusarse preocupación
alguna en mi rostro, ni miedo ni cualquier otra debilidad.
-Entiendo tu desconcierto chico, ¿tal vez creíste que eras
la única criatura fuera de lo común en la región? –Río sonoramente con esto.
-Me siento de cierto modo en desventaja, ya que asemeja que
conoce de mí más de lo que yo adivino de usted.
-¿Por qué razón ocurrió tal cosa?
-Rencillas del pasado que no merece la pena empeñarse en
recordar, ya poco importa quien fuera alguien cuando su final se acerca.- Se
encogió de hombros con una sonrisa en los labios.
-Parece que no le importa morir.
-¿Morir? – De pronto rió a carcajadas, no era una risa
nerviosa, sino que era tan sincera como la de un infante, demostrando que
realmente mi comentario le hizo gracia, lo cual incrementó mi desconcierto.-
¿Acaso te parece que un hombre que ha perdido su hogar, su nombre y su familia
vive? En mi opinión, nunca he estado más muerto.
-Supongo que no.-Respondí con indiferencia.- De todas formas
me gustaría saber, ¿puedes mostrarme?
El mendigo se incorporó y entrelazando sus manos envueltas
en piel marrón usada cerró los ojos, y si no fuera por el bucle de imágenes que
en mi interior se formó, diría que dormía. Entonces lo vi, vi ante mis ojos
cobrar vida las historias de los juglares que de niño tanto me embrujaban, un
hombre empuñando un bastón nudoso, un árbol que parecía andar y abrirse paso en
la espesura del bosque, y un sinfín de criaturas desconocidas para mí no
cesaban de pasar ante mí atónico subconsciente. L a última imagen que me brindó
(ya que yo no fui capaz de leer en una mente tan compleja) fue la de una niña
lactante, que estaba siendo sostenida por unas manos fuertes. Por su fuerza
supe que era algo importante, que merecía la pena atesorar.
-¿Fue ese bebé la causante de su desdicha amigo?
-¡Desde luego que no! Esa niña es la cosa que me hace el
hombre más dichoso del mundo, es mi hija, pero nació en el lugar equivocado, en
el tiempo erróneo. Nada que no se haya remediado ya.- Dijo con auténtico pena
en su mirada.
-Supongo que es la hora. –Dije en ausencia de tacto.
-Debe serlo, mi corazón lo nota, palpita a punto de salirse
del pecho, de mis ojos lágrimas manan sin quererlo. Tengo miedo. Tengo miedo
aun sabiendo que la vida es una bella mentira, y la muerte una triste realidad.
Tengo miedo porque sé que seguir respirando no es estar vivo. Tengo miedo
aunque sé que yo morí hace ya mucho tiempo. Mas quería pedirte algo si cabe,
conozco bien vuestro método, y querría que borraras toda mi existencia. Que el
rastro de mi vida desaparezca, que nadie recuerde el hombre que un día fui, ni
en el que me he convertido. Mi vida fue un fracaso, ni tan siquiera pude
proteger a quienes más quiero. Esa es la razón por la que no merezco seguir
existiendo. No obstante, no me es grata la sensación de saber que mi paso por
el mundo quedará totalmente inadvertido, te pido por lo que más deseas, te
ruego, que no me olvides. Ahora
apresúrate y se breve. – Tras decir esto cerró sus ojos, semejando sereno;
listo.
Me acerqué a él, casi de manera instintiva, me dejé llevar
por mi yo más oscuro para descubrir que ya no estaba tan profundo como
recordaba. En ese instante vi un túnel, mi mente entró en él, y de pronto los
recuerdos me desbordaron. Presa del temor a perderme en ellos, eché a correr
hasta el final del túnel hasta vislumbrar un brote. Sí, por extraño que parezca
en el interior de la mente de aquel curioso individuo había un árbol. Trate de
alcanzarlo para rozarlo con mis manos, y entonces se deshizo, como la arena
entre los dedos. Me invadió una sensación de melancolía, que pronto fue
eclipsada por la sensación de poder, había acabado con aquel hombre sin moverme
un ápice.
Una vez acabé me volví de nuevo
hacia el túnel, pero aquel había
desaparecido, era como si nunca hubiera existido, o quizás simplemente no había
más que mirar, solo ausencia.
Silvio me sacó de mis pensamientos súbitamente. No sabría
decir cuánto tiempo estuve meditando, los recuerdos me venían en bucle, y yo
decidía cual coger.
-Siento que tu mente te atormenta, nada fuera de lo común
entre los hijos de Hugin. Yo sé cómo encontrar alivio a tus malos recuerdos.
–Dijo mostrándome una carta pintada. Al principio me pareció sencilla, mas luego
me fijé que en el dibujo se avistaba un retrato del mismo Silvio rodeado de
símbolos ennegrecidos que no acertaba a leer.
-¿De qué se trata?
-Aquí tienes chico, úsala bien.
Silvio salió de la habitación tras tenderme una de las
cartas. En cuanto lo hizo sonreí aliviado y comprobé que en mi bolsillo tenía
otra carta que le arrebaté en un breve descuido de su atención.
Miré fijamente esta primera, y tal y como me indicó el
príncipe de pelo cobrizo vacié mis inquietudes en ella, tanto que la carta
parecía incluso más pesada. Vacié en ella la parte de mí que tanta molestia me
había causado, la más débil, la más humana. Puede que ese supusiera mi mayor
error, ya que una parte de Ian se introdujo en esa carta, y ahora contemplaba
mi vida pasada como la de un extraño, mas por alguna oscura razón no me importó
en aquel instante, al igual que ahora continúa sin agraviarme.
Mi rostro se grabó en
ella y tras pronunciar mi nombre este se lacró en letras plateadas. La guardé en la cómoda gris y centre mi
atención en la otra carta.
Busqué en mi mente como la vez anterior, solo que no cogí
mis recuerdos ahora, sino que fue una semilla, “debió desprenderse al caer el
árbol” me dije, y la coloqué con cautela en el interior de la carta junto con
el resto de recuerdos.
-No voy a olvidarte amigo, te lo prometo.
Y tras esto pronuncié en alto el nombre de la persona que me
había marcado de verasu existencia antes incluso de que decidiera
arrebatársela.
-Lucardo.
Y la carta quedó sellada con las memorias de un hombre que para
el mundo nunca existió.