sábado, 6 de septiembre de 2014

Capítulo 7: Lucardo



Mis ojos eran otros, nunca volvería a ser lo que fui, no más que un mísero cobarde, que se alimentaba una a una de sus penurias, aquello se había acabado para mí.

De modo que decidí salir en busca de una víctima en la que pudiera practicar lo aprendido las últimas lunas, y pese a ser noche cerrada no debiera costarme un gran trabajo, y así fue, tal y como apuntaron mis intuitivas predicciones, pronto hallé lo que buscaba.

Mi instinto se avivó de pronto, era un mendigo cuya envergadura acusaba la desnutrición, soy un amante de los retos mas no levantar sospechas era mi prioridad, de modo que en un acuerdo silencioso accedí:

-Buenas noches joven.- Dijo el hombre dedicándome una inquietante sonrisa.- Leo tus intenciones, y no creas que voy a rogarte, pues un viejo mendigo como yo no tiene nada que ofrecer ni aún a cambio de su propia vida. Aún has de saber que no me apena,  no supone una gran pérdida para mí este cuerpo inmundo.- Conforme avanzaba en su pronóstico mi inquietud se veía en aumento, ¿cómo pudo saber…?
-Buenas noches tenga usted al igual.- Dije con una sonrisa, pues aún si ese hombre lo era o no realmente, no debía acusarse preocupación alguna en mi rostro, ni miedo ni cualquier otra debilidad.

-Entiendo tu desconcierto chico, ¿tal vez creíste que eras la única criatura fuera de lo común en la región? –Río sonoramente con esto.

-Me siento de cierto modo en desventaja, ya que asemeja que conoce de mí más de lo que yo adivino de usted.

-Conozco tanto de ti, como lo haces tú mismo. Mi nombre es Lucardo, aunque mis amigos me llaman Luc, no obstante ese es un hecho que hace años que no se da.-Dijo apenado.-Puedo entrar en la parte más primitiva de tu cabeza, la que aún pertenece a la naturaleza. Pertenezco a una comunidad llamada Teasis… Bueno, al menos solía hacerlo antes de que me desterraran.

-¿Por qué razón ocurrió tal cosa?

-Rencillas del pasado que no merece la pena empeñarse en recordar, ya poco importa quien fuera alguien cuando su final se acerca.- Se encogió de hombros con una sonrisa en los labios.

-Parece que no le importa morir.

-¿Morir? – De pronto rió a carcajadas, no era una risa nerviosa, sino que era tan sincera como la de un infante, demostrando que realmente mi comentario le hizo gracia, lo cual incrementó mi desconcierto.- ¿Acaso te parece que un hombre que ha perdido su hogar, su nombre y su familia vive? En mi opinión, nunca he estado más muerto.

-Supongo que no.-Respondí con indiferencia.- De todas formas me gustaría saber, ¿puedes mostrarme?
El mendigo se incorporó y entrelazando sus manos envueltas en piel marrón usada cerró los ojos, y si no fuera por el bucle de imágenes que en mi interior se formó, diría que dormía. Entonces lo vi, vi ante mis ojos cobrar vida las historias de los juglares que de niño tanto me embrujaban, un hombre empuñando un bastón nudoso, un árbol que parecía andar y abrirse paso en la espesura del bosque, y un sinfín de criaturas desconocidas para mí no cesaban de pasar ante mí atónico subconsciente. L a última imagen que me brindó (ya que yo no fui capaz de leer en una mente tan compleja) fue la de una niña lactante, que estaba siendo sostenida por unas manos fuertes. Por su fuerza supe que era algo importante, que merecía la pena atesorar.

-¿Fue ese bebé la causante de su desdicha amigo?

-¡Desde luego que no! Esa niña es la cosa que me hace el hombre más dichoso del mundo, es mi hija, pero nació en el lugar equivocado, en el tiempo erróneo. Nada que no se haya remediado ya.- Dijo con auténtico pena en su mirada.

-Supongo que es la hora. –Dije en ausencia de tacto.

-Debe serlo, mi corazón lo nota, palpita a punto de salirse del pecho, de mis ojos lágrimas manan sin quererlo. Tengo miedo. Tengo miedo aun sabiendo que la vida es una bella mentira, y la muerte una triste realidad. Tengo miedo porque sé que seguir respirando no es estar vivo. Tengo miedo aunque sé que yo morí hace ya mucho tiempo. Mas quería pedirte algo si cabe, conozco bien vuestro método, y querría que borraras toda mi existencia. Que el rastro de mi vida desaparezca, que nadie recuerde el hombre que un día fui, ni en el que me he convertido. Mi vida fue un fracaso, ni tan siquiera pude proteger a quienes más quiero. Esa es la razón por la que no merezco seguir existiendo. No obstante, no me es grata la sensación de saber que mi paso por el mundo quedará totalmente inadvertido, te pido por lo que más deseas, te ruego, que no me olvides.  Ahora apresúrate y se breve. – Tras decir esto cerró sus ojos, semejando sereno; listo.

Me acerqué a él, casi de manera instintiva, me dejé llevar por mi yo más oscuro para descubrir que ya no estaba tan profundo como recordaba. En ese instante vi un túnel, mi mente entró en él, y de pronto los recuerdos me desbordaron. Presa del temor a perderme en ellos, eché a correr hasta el final del túnel hasta vislumbrar un brote. Sí, por extraño que parezca en el interior de la mente de aquel curioso individuo había un árbol. Trate de alcanzarlo para rozarlo con mis manos, y entonces se deshizo, como la arena entre los dedos. Me invadió una sensación de melancolía, que pronto fue eclipsada por la sensación de poder, había acabado con aquel hombre sin moverme un ápice.

Una vez acabé me volví de nuevo hacia el túnel,  pero aquel había desaparecido, era como si nunca hubiera existido, o quizás simplemente no había más que mirar, solo ausencia.

Silvio me sacó de mis pensamientos súbitamente. No sabría decir cuánto tiempo estuve meditando, los recuerdos me venían en bucle, y yo decidía cual coger.

-Siento que tu mente te atormenta, nada fuera de lo común entre los hijos de Hugin. Yo sé cómo encontrar alivio a tus malos recuerdos. –Dijo mostrándome una carta pintada. Al principio me pareció sencilla, mas luego me fijé que en el dibujo se avistaba un retrato del mismo Silvio rodeado de símbolos ennegrecidos que no acertaba a leer.

-¿De qué se trata?

- La carta atrapa la esencia de la persona liberando tu mente de la carga. Lo único que debes hacer es vaciar su contenido en ella, se asemeja a trasladar objetos de una caja grande a otra más pequeña. Siempre puedes volver a mirar la carta para recordar aquello que guardaste. En ella cabe cualquier cosa, desde una experiencia traumática, hasta el momento más feliz de tu vida. Solo procura no olvidar decir tu nombre al finalizar, plasmándola con parte de tu esencia.

-Comprendo…

-Aquí tienes chico, úsala bien.

Silvio salió de la habitación tras tenderme una de las cartas. En cuanto lo hizo sonreí aliviado y comprobé que en mi bolsillo tenía otra carta que le arrebaté en un breve descuido de su atención.

Miré fijamente esta primera, y tal y como me indicó el príncipe de pelo cobrizo vacié mis inquietudes en ella, tanto que la carta parecía incluso más pesada. Vacié en ella la parte de mí que tanta molestia me había causado, la más débil, la más humana. Puede que ese supusiera mi mayor error, ya que una parte de Ian se introdujo en esa carta, y ahora contemplaba mi vida pasada como la de un extraño, mas por alguna oscura razón no me importó en aquel instante, al igual que ahora continúa sin agraviarme.

 Mi rostro se grabó en ella y tras pronunciar mi nombre este se lacró en letras plateadas.  La guardé en la cómoda gris y centre mi atención en la otra carta.

Busqué en mi mente como la vez anterior, solo que no cogí mis recuerdos ahora, sino que fue una semilla, “debió desprenderse al caer el árbol” me dije, y la coloqué con cautela en el interior de la carta junto con el resto de recuerdos.

-No voy a olvidarte amigo, te lo prometo.

Y tras esto pronuncié en alto el nombre de la persona que me había marcado de verasu existencia antes incluso de que decidiera arrebatársela.

-Lucardo.


Y la carta quedó sellada con las memorias de un hombre que para el mundo nunca existió.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Capítulo 6: Un paseo por mi Infierno.

Recuperé la consciencia de mi mismo pronto y decidí salir al campo a tomar el aire, mas pronto me di cuenta que eso no sería posible, pues ya no estaba en mi cuarto, tampoco en el castillo, ni si quiera en la aldea. Me encontraba en un lugar rocoso, sin una brizna de aire, incluso me atrevería a asegurar que allí no había oxígeno, sea como fuera, ese no era un problema para mí, el oxígeno me estaba de más, solo deseaba volver.
De pronto recordé, a mi mente vinieron los recuerdos y los agarré al vuelo como a mariposas incandescentes. Mi conversación con Lucifer. ¿Cómo era posible? Yo estaba convencido de que el coloquio había tenido lugar en mis habitaciones, ¿cómo llegué hasta allí? Y lo que era más importante, ¿cómo salir? Me encontraba en el Infierno de eso ya no cabía duda, no obstante, ¿era posible huir del Infierno?

“Debes vencer a tu propio Infierno para salir, es la única manera muchacho.” En cuanto sonó aquella voz en mi cabeza supe de inmediato quien me estaba hablando, mas no comprendía. ¿Cuál es mi Infierno? “No es otro que tu odio hacia ti mismo, debes comenzar a valorar esta nueva oportunidad que te he brindado, si no lo logras nunca saldrás de aquí.”

Mi odio… ¿Cómo superarlo? "Ían, debes focalizar tu odio hacia otro objetivo."Me dije a mi mismo, pero ¿cómo? ¿Cómo si el único culpable de todo siempre había sido yo? En ese instante comencé a dudar de mi culpa, jamás elegí ser quien soy, jamás podría haber cambiado mi situación de precariedad. En ese preciso instante me sentí traicionado, por todo las personas que habitan el mundo, sentí como el rencor en mi interior crecía, rencor hacía mi madre cuando no me miraba, rencor hacía aquel niño que fue cruel conmigo, rencor hacía toda la gente que a lo largo de mi vida me había hecho sentir raro. “¿Y si es cierto, y yo ya era esto incluso antes de nacer? ¿Y si mi transformación nunca se ejecutó porque jamás fui otra cosa que lo que ahora soy?” Sí, lo recordaba, aquellos extraños pensamientos tan impropios de un niño de mi edad, como mágicamente podía conocer los pensamientos de los que me rodean, y mi instinto especial para la caza…

 “Ellos nunca me aceptaron, y si no lo hicieron entonces ¿por qué lo harían ahora? Me dieron la espalda, me condenaron incluso antes de cometer el crimen.” Rompí a llorar en el acto, y sin darme cuenta mis pies se desplazaban independientemente de mi cuerpo, avanzaba hacia algún lugar, aunque no creía conocer el camino sabía a dónde me encaminaba, hacía la salida. Mas lejos de darme por vencido al solucionar mi problema la rabia continuó saliendo por cada poro de mi piel, como un arroyo que no hay manera de detener hasta que quede seco. “No hay justicia en este mundo de locos, y si la hay, ¿cómo concebir que una mujer y un hombre no fueran capaces de querer a un niño? ¿Cuál es la dificultad? Nunca fui normal, es cierto, pero ellos no tenían derecho a esto, a convertirme en el monstruo que ahora soy. Me han hecho pedazos, me destrozaron con las manos para esparcir los trozos en el campo a medio arar. ¿Por qué? ¿Por qué tanta crueldad? ¿Por qué continuar haciendo daño? Si al fin y al cabo yo tan solo era un niño, un muchacho que no comprendía porque los otros niños se alejaban de él. Pero el niño creció y llegó el joven, y no obstante, para él nunca hubo mayor presente que la indiferencia, la incomprensión, las miradas de lástima, las mentiras. 

Ellos me odian, el mundo en su equilibrio y armonía natural no me permite formar parte de él, me rechaza como el agua rechaza al aceite, simplemente por no ser tan puro como ellos desearían. Jamás les perdonaré, ¿por qué hacerlo si ellos no se merecen mi perdón? Mi único pecado fue nacer. ¿Pero por qué focalizar todo el castigo, toda la desdicha en mí? ¿Es que acaso no nacieron los demás? ¿Acaso no nacen los pájaros que vuelan, los peces de los océanos no nacen y viven también, y el ladrón y el monstruo acaso ellos no fueron expulsados a este mundo? Y yo que tengo más alma que ellos, más conciencia y más bondad tengo menos libertad.

Les odio. ¿Y cómo no odiarles? ¿Cómo no odiar a un mundo que ya desde que mi madre dio a luz me condenó a caer?

Ellos me han hecho esto, con mi vida pagué su ingratitud, y ahora ellos pagarán con su alma mi condena. Seré su perdición en el camino y su pesadilla en la noche. Tendrán en mí el enemigo más grande que podrán imaginar. A todos ellos que desearon mi mal yo les devolveré el doble, por haber hecho pedazos a un niño, por haber ennegrecido un corazón noble.”

Al descargar tanto odio que fluía a través de mí noté por primera vez un mucho tiempo como mi carga se desvanecía. Mi cuerpo era mucho más ligero que una pluma ahora, el odio me pesaba tanto que habría sido capaz de asfixiarme de haberlo tenido un día más. Aunque por aquel entonces nunca lo habría creído, aquello que aparentemente me sacaba del infierno provocaba que mi alma entrara de verdad en él.
 Ellos debían morir para yo poder gozar de la vida, debían condenarse para que yo fuera libre. Así funciona este despreciable mundo, es necesario destrozar tus obstáculos antes que estos te lastimen, antes si quiera de que se den cuenta de que tienen la posibilidad de hacerlo.

Me encontraba cegado por la ira, de manera que cuando quise darme cuenta me hallaba al final de un túnel muerto. La piedra no puede morir lo sé,  pero no hay un mejor adjetivo para calificar aquella sensación, simplemente se veía la perdición. En la desembocadura del túnel había una amplia caverna a modo de antecámara, en su extremo una puerta de mármol oscuro, con una inscripción:

«Por mí se va a la ciudad doliente,
por mí se va en el eterno dolor,
por mí se va con la perdida gente.

La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.

Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»


Dante tenía razón, ahí estaba la inscripción, ahí estaba la infernal puerta. Mas en una cosa no fue certero, los augurios de maldad y crueldad, de dolor y desesperanza no estaban en la entrada del Infierno, sino en su salida.








miércoles, 21 de mayo de 2014

Capítulo 5: conversar en el infierno





…Esta es mi historia joven, posiblemente no es la historia que esperaras oír, pero al fin y al cabo, ¿cómo esperarlo? Si vivimos en un mundo de mentirosos regidos por un Dios tan cegado por el amor que es incapaz de ver la destrucción, de distinguir el bien del mal. 

-¿Cómo puede ser eso posible si Dios todo lo puede, como no ver la línea del bien y el mal si Él creó sus propios límites?-interrumpí con suma cautela, en mi estrecha mente medieval no cabía la idea de que Dios pudiera errar en algo, no me juzguéis, fue así como me criaron.

-Él lo hizo es cierto, mas no es así ahora, hay un motivo para este desajuste, al igual que hay una razón por la que el mundo está siendo destruido ahora. –De nuevo iba a interrumpir con más de mis absurdas preguntas y defensas de fe, pero al percatarme del gesto de su mirada me persuadí a mí mismo para desechar aquella pésima idea. Se produjo una pausa por su parte y se quedó pensativo, deliberando la manera de proseguir adecuadamente, como creyendo que un campesino como yo jamás entendería sus anhelos, y ciertamente tenía razón, en aquel entonces no comprendí nada, es más, me fueron necesarias tres vidas humanas para atisbar una brizna de sus inquietudes. - ¿Sabes por qué Dios me expulsó de su lado?- Al fin se decidió a preguntar.

Asentí con la cabeza, ¿quién podría culparme por ello? Había escuchado aquella historia cientos de veces, ¿cómo iba yo siquiera a sospechar que todas esas narraciones épicas eran falsas como el retroceso de una serpiente justo antes de lanzarse contra su presa?

-Fuiste cegado por la ambición, quisiste ser como Dios, y debido a tu arrogancia Él se vio obligado, muy a su pesar, de desterrarte del paraíso y confinarte en el inframundo.

Esperé una reacción desmedida y de reprimenda hacia mis atrevidas palabras de inmediato, que me lanzará una mirada colérica, ¿y por qué no? Que me desintegrara allí mismo. Pero lo único que sucedió fue aún peor que desintegrar mi persona múltiples veces consecutivas. Rió. Rió con carcajadas estridentes y escalofriantes. Asemejando que mis últimas palabras se trataban de un vulgar chiste, o de una broma de mal gusto. Su risa me provocaba asfixia, pánico, sentía como mis pulmones se desinflaban conforme Él reía, como si fuera yo quien riera sin parar siquiera a coger aire, pero justo en el momento en el que torno sus negros ojos de nuevo hacia mí, mis pulmones fueron estrangulados salvajemente, tanto que creía que moriría en el acto. ¿Qué como sabía que sus ojos eran negros? 
Porque esos ojos azabache se clavaron en mi mente como un puñal, porque los vi con tanta claridad como veo el Sol, más que eso, aún hoy los sigo viendo, unos ojos oscuros observándome, siempre al acecho, en el eterno juicio del que controla si actúas bien o mal. Los ojos que te advierten que no eres la criatura poderosa que tú fantaseas con ser, un recuerdo de tu debilidad, un recuerdo de quien es ciertamente tu líder, un recuerdo de tu eterna deuda que jamás podrá ser saldada, tan solo un recuerdo del Infierno.

-Aprendiste bien la lección que te enseñaron chico. Desde tiempos inmemorables las historias van cambiando, matices sin importancia, pero el cuento siempre continúa siendo el mismo. Ahora escúchame bien pues vas a conocer la verdadera historia:

“Nada de engaños, nada de envidia, nada de arrogancia y avaricia, jamás hubo nada de eso. Yo le amaba, joven, y por todos los cielos y los avernos que aún le amo. Eso es todo. Le amo más que a nada, esa es la verdad, la única y la auténtica. ¿Cómo comprender entonces que vuestro bien amado Dios, desterrara a alguien que le ama con todo su ser? Muy sencillo, no estaba de acuerdo con su más preciada creación, jamás apoyé a su monstruo, el mayor engendro que la naturaleza haya visto jamás: vosotros, los pequeños e irascibles humanos. Jamás respaldé el proyecto y cuando al fin el día llegó, mi angustia se hizo insoportable, tanto que cuando llegó mi turno como ángel de sumarme a mis hermanos y jurar protección y auxilio para vosotros no pude más que decir: Padre…no puedo, ellos son criaturas despreciables, son asesinos” Él jamás me lo perdonó, y por eso me envió al Infierno, que no es otro lugar que la Tierra, el peor de los martirios inimaginables sufro aquí, puesto que me veo obligado a contemplaros. Contemplar como acabáis cada vez más ágilmente con la Creación, que para nada fue el resultado de siete exhaustivos días de trabajo como vosotros creéis saber, sino que mucho más costó crearla que a vosotros despedazarla sin piedad. Veo como matáis cada árbol, como aplastáis especies milenarias, como corrompéis la naturaleza, la naturaleza que aprendí a amar casi tanto como a su Creador. Ahora dime, ¿fue el castigo equiparable al crimen? Mas sabiendo que yo tenía toda la razón; y ¿sabes lo peor de todo? Que no puedo hacer nada.

Ciertamente, esto puede sorprenderte, pues desde que tenéis memoria os enseñan a odiarme, a culparme del mal del mundo, todo lo que no es correcto debe haber pasado necesariamente por mí. Pero no es así. Mira el daño que habéis ocasionado tan solo un puñado de vosotros, y ahora respóndeme, ¿cuántos me culpáis a mí por ello? ¿Cuántas veces acarreáis a un mal hombre el título no merecido de endemoniado, simplemente por eso, porque es un mal hombre? ¿De cuantas catástrofes me proclamáis culpable? ¿Cuántos pecados aseguráis cometer por mi influencia?

No os engañéis más, mi único crimen es desear proteger el mundo, desear que Dios se dé cuenta de su error. Pero es incapaz, Él os ama demasiado, Caín erró al afirmar lo contrario, aunque en algo tenía razón, el amor daña la perfección, Él no puede ver el daño que ya está hecho, yo mismo no puedo actuar como debería por temor a herirle, porque también le amo. En el momento en el que vosotros fuisteis creados, en el preciso instante en el que nació vuestra oscura “perfección” murió irremediablemente la de todo lo demás, una parte de Dios murió con vosotros muchacho, y es por eso por lo que os odio tanto, por eso es por lo que os creé, para borrar la perfección de la Tierra, y que así todo vuelva a ser perfecto.”


No era capaz de articular palabra, tanto fue así que fruto del shock caí en un profundo sueño. Al despertar supuse que ya no habría rastro de aquella aparición, que se había marchado, incluso puede que lo creyera durante algún tiempo.


Pero no, Él nunca se marchó, desde entonces siempre ha estado aquí, conmigo, con su hijo.









viernes, 11 de abril de 2014

Capítulo 4: Compañero de penas y desgracias...

Me encontraba en las habitaciones que para mí habían dispuesto, todavía pensativo ante todo lo ocurrido hace unas pocas horas.
Ese día tomé la decisión más dura y dolorosa de todas las que me había atrevido a imaginar. Volvería a tratar de contactar con Dios, si no recibía ninguna respuesta… Sacudí la cabeza tratando de alejar esa idea de mi cabeza, pero tenía tanta fuerza y era tan perturbadora que no me fue posible. Así que, con un ímpetu que jamás había empleado, recé mis oraciones, primero recé por las almas de mis padres, aquello pareció ser bien recibido pero, cuando me dispuse a pedir por mi hermana y por mí mismo, de nuevo silencio. Nada.


Caí al suelo rendido con lágrimas en los ojos, pero a la vez rabia. Rabia por esa constante ignorancia, y rabia por el gesto que me veía forzado a hacer. Mas no quedaba otra salida, mi existencia requería de alguien en quien confiar, alguien que sepa decirme por qué. ¿Por qué mi aldea? ¿Por qué mi familia? ¿Por qué ahora? Y lo más importante, ¿por qué yo?

Mi cabeza no era capaz de asimilar que aquello estuviera pasando. No a mí. No así.
Caín decía que tenemos un gran poder, y llegó el momento de ponerlo a prueba. Cerré los ojos y dije:

-Sé muy bien que existes, que estás en algún lugar, que para que en este mundo exista el mal, hay que pronunciar tu nombre.

En ese preciso instante sentí un escalofrío recorriéndome de lado a lado. Pero nada más, ninguna señal, no era suficiente, y no podía contentarme con la suficiencia tan siquiera, mi corazón ya no palpitaba, y anhelaba saber. Así que proseguí.

-Soy consciente de que me escuchas, conozco lo que cuentan de ti las leyendas y cuentos, mas siento que no conozco verdaderamente tu historia- Mentí, no necesitaba saber, pero Él jugaba con tretas y trampas, y ya trataba de llegar hasta su presencia jugando al mismo juego, corriendo el riesgo.- Si es cierto que soy fruto de tu aura, si es cierto lo que cuentan las historias, dime, alza la voz, mi alma necesita oírte para vivir en paz.

-Vivir…

La respuesta llego a mis oídos, o mejor dicho a mi mente, gélida como el hielo en enero. Cerré los ojos, con un gesto de victoria en mi rostro, pero a la vez uno de pánico y miedo. Lo había logrado, hablar con Él, era todo lo que deseaba..¿o no? Pese a todo, no tenía nada que perder, solo poseía una vida que no me merecía la pena, una familia rota, un alma condenada y, ahora también, el rostro empapado de lágrimas.

-¿Dime joven? ¿Qué hay de realidad en las leyendas?-prosiguió.-¿Crees todo lo que dicen?

¿Por qué debía contestarle? Si bien estaba anteriormente convencido de que no tenía nada que perder, conforme la conversación avanzaba la sombra de la duda me iba inundando poco a poco. ¿Por qué temer? Él fue el único que me recibió cuando todos me rechazaron, incluso cuando Dios me dio cruelmente la espalda Él no me falló y acudió a mi primera llamada. Y lo que pensé cuando las palabras de Caín resonaron de nuevo en mi memoria sobrepasó lo agónico y horrendo: ¿Acaso se podía esperar algo más de un Padre?

-Se rumorea que todas las historias tienen parte de verdad. Pero habría que ser idiota para creer todo lo que dice cada una de las historias.-Me limité a responder con premeditada precaución.

-Muy sabias palabras, y sin embargo, afirmas que para que el mal inunde el mundo mi nombre debe estar detrás.- Aquello acalló mis ruidosos pensamientos . ¿Se estaba excusando por algo?- Mas también rogaste conocer mi historia, y te aseguro que mis labios no ocultaran la verdad; no seré profeta que desea convencer y alistar adeptos para sentirme poderoso, no seré cruel bastardo que con sus mentiras busquen confundirte para que me guardes ciega fidelidad. –No cabía en mí del asombro, sinceridad, sí, eso era todo lo que necesitaba, que por primera vez alguien me brindara la verdad, y nada más que la verdad, con sus palabras.- Tan solo te hablaré como confesor, no como amigo ya que la verdad es que no me importa lo más mínimo.


Solo como compañero de penas y desgracias…

sábado, 5 de abril de 2014

Capítulo 3: la decisión del Diablo.

Caí de rodillas al suelo completamente derrotado, ¿era posible aquello?...pero… ¿cómo?
“Oh Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este terrible hecho, necesito tu apoyo, necesito a alguien, no puedo soportar esta completa soledad que me invade.” Estas palabras pronuncié en mi mente mientras iniciaba el retorno al castillo junto con Caín; el viaje fue lento y silencioso, el no asemejaba dispuesto a hablarme, y yo por mi parte me encontraba hablando con Dios. Más que hablar establecía un monólogo conmigo mismo, nadie me respondió jamás.
-No malgastes tus fuerzas hijo- se dirigió a mí Caín de nuevo adivinando lo que pensaba, si es que en realidad lo adivinaba… empezaba a sospechar que podía leer en mí como un libro abierto.- Dios no te escucha, nunca lo hará más, te dio la espalda en el preciso instante en el que te alejaste de su lado y tocaste a la puerta del infierno, para servir al reino de las tinieblas.
No era posible, no me resigné entonces a esa idea… Pero… ¿era cierto? ¿Defraudé a Dios? Y la respuesta vino de lo más profundo de mi ser, desde donde un sentimiento mucho más visceral de lo que jamás había sentido me invadió.
-¡No! No digas esas cosas…no te atrevas.-Más que una amenaza mi voz entonces sonó como una súplica.-Dios no puede haberme abandonado, no importa lo que haya sucedido, el es bueno y nos ama a todos por igual.-Mis ojos se llenaron de lágrimas ante la simple idea de que aquello a lo que me aferraba con tanto ímpetu no fuera cierto.
No me malinterpretéis, nunca fui un fanático religioso, pero hay momentos en la vida de las personas en los que necesitas saber que alguien, aunque fuera uno solo, no me juzgaba por todo lo ocurrido en la última semana, que me apoyaba mientras el resto del mundo me había ignorado. Y ese era uno de esos momentos para mí.
-¿De veras crees, muchacho, que existe un Dios misericorde, todo amor a quien le importas? Mira a tu alrededor, abre los ojos, piensa en ese hombre, ¿vino tu Dios a evitar aquello? No, no lo hizo, y te diré por qué: Porque no te ama, ni ti, ni a ese hombre, ni a nadie. Porque si es un ente perfecto como todos veneráis, entonces el amor no tiene cabida en su existencia; de hecho, el amor que los hombres experimentan no es más que el fruto del profundo odio que siente Dios por los seres humanos. Su desprecio hacía vosotros le ha llevado a haceros experimentar el más mísero de los sentimientos, el que es capaz de lograr que un gran hombre repleto de valor, se convierta en un amasijo inútil de miedos e inseguridades. El amor destruye, te mata por dentro, el amor es la peor enfermedad que el hombre sufrirá jamás.
Aquellas palabras se precipitaron sobre mí como una avalancha. Pero la oleada de sus hirientes palabras no cesó ahí…
-Dime chico, ya que veo que no te convencen mis palabras, ¿por qué permite todo esto? ¿Soy yo el fruto de la creación de Dios? ¿Lo eres tú?- jamás di una respuesta a aquellas preguntas, ya que eso era algo que no se esperaba de mí, así que Caín prosiguió con su discurso apocalíptico.- Sin embargo, hay algo en lo que tienes razón, Dios jamás deseó el sufrimiento que nosotros causamos, porque nosotros no pertenecemos a la creación de Dios. Estamos fuera Ían. Nuestro Padre es otro. Alguien que se rebeló contra el sistema establecido, que jamás se resignó a ser lo que esperaban que fuera. Cuya única culpa fue, tratar de perfeccionarse a sí mismo, ¿qué clase de pecado es ese? ¿No es acaso lo que todos tratamos de hacer, nuestra misión? Luchó contra el dictador celestial, pero fue derrotado, o eso es lo que todo el mundo pienso, incluso tu propio Dios- puso especial acritud al pronunciar esta palabra.- en su tremenda vanidad, quiso creer que había derrotado al más hermoso de los ángeles jamás creados; al único que se atrevió a desafiar a un líder impuesto. No obstante, jamás sucedió tal cosa, el portador de luz desterrado a la Tierra contemplo con tristeza la tremenda injusticia terrenal que se estaba realizando con sus habitantes, y se sintió solo. Hasta que surgimos nosotros, seres muy diferentes a los hombres, con una capacidad sensorial muy extraña, capaces de sembrar el pánico o traer la paz.
-Y decidisteis sembrar el pánico, por supuesto.- dije interrumpiendo el relato de Caín.-¿Por qué?
-Porque nosotros también fuimos capaces de percibir la crueldad de este mundo, el engaño, y mucho peor todavía, descubrimos la verdad. La verdad de un mundo ciego. Nuestra especie fue masacrada durante siglos, no éramos lo suficientemente fuertes como para escapar de las garras de la sumisa sociedad, que se había generalizado por todas partes. Hasta que él nos encontró, y estableció un nuevo orden. Nunca más tendríamos que estar solos. Con un soplo de su aliento, fortificó nuestro poder, y nos dio la capacidad de elección, salvar o aniquilar, vida o muerte.
-No era una verdadera libertad, Él sabría en cualquier caso que es lo que haríais, sabía que arremeteríais contra el mundo.
-Sí, Ían, Él ya lo sabía, y nosotros también. Pero al fin y al cabo, era lo justo.
La conversación terminó con esta lúgubre frase. Pero mi mente no había dejado de funcionar.
Puede que porque yo en el fondo de mi ser también lo creía así; porque pensaba que el mundo era una gran mentira, y Caín había arrojado algo de luz sobre la permanente oscuridad. No sé si existe un Dios o un Diablo, si es bueno, o es malo, solo sabía una cosa con certeza, Él no iba a acudir en nuestra ayuda: estamos solos.
No podía creer aquello… mi destrozada mente no podía aceptar la idea de que aquel hombre acababa de desaparecer. De que alguien pudiera albergar tanto poder.

Su mirada fría, su rostro invadido por una mueca de horror jamás se borró de mis pensamientos… quizás porque fue la primera víctima que contemple, quizás porque fue la última antes de renegar a mi naturaleza humana.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Capítulo 2: Lion, el ciego que aprendió a volar

Me recuperé del golpe...No, para poder haberme recuperado debería haberme golpeado, pero lo cierto es que caí con tal suavidad en el suelo, que una pluma de pavo real me habría envidiado; o al menos eso sentí.
Pero el mazazo que sentí en mi interior fue mucho peor que si de veras me hubiera golpeado, estaba atrapado en ese infame mundo, obligado a ser alguien quien en realidad no era y a convivir conmigo mismo durante la eternidad.
Cualquier avaro habría soñado con estar en mi posición, sin ataduras, ni terrenales ni tan siquiera vitales,¡pobres miserables! Si existía algo peor que la muerte eso era no poder morir. Era el mejor de los regalos que tenían los vivos; poder descansar y encomendar su alma a Dios. Para mi alma no había salvación ya, y para mi sufrimiento jamás existiría descanso, sin duda, el sufrimiento que aquel día padecí no he vuelto a experimentarlo jamás.
Y de nuevo en la desesperación ya encontré, la única salida disponible. La última puerta abierta cuando las demás ya habían sido demolidas brutalmente.
Aquellos horribles hombres tenían un plan para mí, debía saber cual era, y si me merecía la pena cumplirlo. Complacer a esos hombres era lo último que deseaba, mas era consciente de que dentro de muchos años cuando todo lo perecedero de este lugar caduque, como las hojas al llegar el otoño, seríamos solo nosotros los que quedaríamos sobre la faz de esta, ya lúgubre para mí, tierra.

Caminé hacia el castillo de nuevo, y toqué una vez más a las puertas del infierno, pero esta vez estaba prevenido, no volvería a errar de nuevo.

-Has vuelto- musitó la mujer de la puerta sin un ápice de humanidad en su rostro, debía ser como el resto.

Me encogí de hombros y me dispuse a solicitar una entrevista con aquellos que habían cambiado mi vida.
Pero antes de darme tiempo a retomar la conversación la bella mujer me señaló una puerta, como si se hubiera colado en lo más recóndito de mi mente y hubiera sabido lo que deseaba sin antes yo pedirlo. Eso me asustó, pues no sabía hasta que punto mis pensamientos estaban expuestos.
Me planté de pie ante las pesadas puertas de madera caoba, y golpee quedamente a la puerta; en ese instante supe que debía entrar.
Pero fui consciente de que un hombre no era capaz de abrir esas puertas del tamaño del propio árbol del cual estaban extraídas, pese a ese coloque mis manos sobre la puerta y con un leve empujón estas se abrieron de par en par. No había adquirido una fuerza sobrehumana de eso era consciente, puesto que por muy fuerte que fueras con el roce de una mano no se puede mover semejante peso...no, debía de ser algo más.

-Ian, te estábamos esperando necio, como te has atrevido a tratar de quitarte la vida, el regalo que nosotros te entregamos en nuestra confianza despreciado y malgastado por un muchacho estúpido.-dijo Gabriel con los ojos inyectados en sangre preso de la ira, parecía ser el único que se dejaba llevar por sus pasiones internas.-Suerte que tu hermana difiere tanto de ti.
Mi hermana... ¡LUCY! Oh Cielos, la había olvidado de nuevo.

 Caín en cambio, se dirigió a mí de una manera mucho más cordial, aunque se trataba de una falsa cordialidad desde luego.

-Obraste mal muchacho, te precipitaste es cierto.-hizo una pausa pensativo, para esos seres el tiempo no fluía del mismo modo, parecían ajenos a él. No, no lo parecían, lo eran, eran inmortales al igual que yo.- Mas acércate, te lo ruego.
Cuando me acerqué de nuevo al salón de los tronos, vi una sombra que no recordaba estuviera allí, una sombra rubia y con rostro, que desde luego, no era de modo alguno ninguna sombra.
-¡Hermano!-grito ella, al tiempo que se abalanzaba sobre mi y rodábamos por el frío suelo de mármol rojo. De nuevo, el golpe, pese a que estuve esperándolo, no llegó nunca. Tras incorporarnos ella me miró y me hablo con su tono afable- No estés triste hermanito, papá y mamá no sufren ya, ellos no estuvieron a la altura de unos planes mucho superiores, por fortuna, nosotros si lo estamos.

Súbitamente, me separé de ella, ¿cómo era posible que aquellas palabras salieran de sus labios en un tono tan desenfadado, cuando en realidad debía de ser triste y lleno de pesar? ¿Qué planes tendrían aquellos hombres para nosotros, serían lo suficientemente relevantes como para que pudiera perdonar la muerte de las personas que me trajeron al mundo?
Caín se acercó a mí, sin pronunciar palabra alguna, y me indicó que le siguiera, no con la mirada ni con un gesto, simplemente supe que debía ir tras sus pasos. Andamos sin cesar hasta llegar a un sucio callejón de mi aldea, lo conocía muy bien. Allí sentado había un hombre, mas no pude adivinar esta vez cuál era su papel en todo ello.
-Ahora comprenderás, Ian, el poder que posees, que poseemos.

Caín se acercó al desdichado hombre, que se encontraba cantando una melancólica canción...

..."Lion era un ciego con guantes de latón
     un día iba paseando entonando una canción,
     llegado a una montaña mil veces tropezó,
     pero Lion era fuerte y mil y una veces se levantó..."

El hombre no pudo terminar nunca su canción, se quedo mudo y se puso a mirar el horizonte.
-Que extraño, no consigo recordar la letra...

Caín se sonrío y me lanzó una mirada cómplice, y el hombre lanzó un grito ahogado y lloró amargamente. Poco duró su llanto, miró al frente y no se movió mas que para acunar su cabeza entre su regazo y sollozar asemejándose a un infante.
No es justo, ese hombre era feliz, no tenía nada, al igual que yo, tan solo estaba a salvo en su mente, en sus propios pensamientos, en aquellos bien atesorados recuerdos de una vida ya pasada. Pero eso ya no era del todo cierto. Miré a Caín recriminatoriamente, y al cruzar nuestros iris en una sola mirada una avalancha extraña se apoderó de mi mente, una oleada de imágenes me invadieron, un nacimiento al que yo jamás asistí, una infancia que nunca viví, la vida de un hombre que no era yo, la vida de aquel pobre y miserable mendigo.
Entonces una lágrima rodó sobre mi mejilla y entoné...

..."Lion era un ciego y un mal día tropezó...

El hombre miró ilusionado hacia mí.
-Sí, esa es, así continuaba la canción-musitó.-Por favor, dime como sigue la letr...

No pudo terminar esa frase jamás, ya que su mirada que ya se encontraba perdida en el horizonte, había dejado de ver, su corazón no emitió un solo latido más, había muerto.
Entonces llorando desconsoladamente canté...

..."con tanta mala suerte que un barranco encontró
     el pobre la caída no pudo soportar
     y alzando humilde el vuelo... a... la... muerte... fue a abrazar"






martes, 25 de marzo de 2014

Capítulo 1. Bienvenido a los reinos olvidados

“Dicen que en los reinos olvidados pierdes el corazón…”

Cuando mi turbada mente emergió de ese horrible letargo me di cuenta de que nada cuanto conocía era cierto. El mundo que me había visto crecer no era más que una farsa, una comedia interpretada por los mejores actores, pues ellos mismos estaban convencidos de que su papel formaba parte de su esencia, cuando no podían estar más equivocados.
Ahora me encontraba tras el telón, y la función vista desde fuera resultaba aún más absurda y cómica de lo que asemejaba en el escenario.
Adivino os preguntáis qué acontecimientos me hicieron cambiar mi parecer para estar convencido de que el mundo ya no era el mismo; o mejor dicho, el mundo permanecía impertérrito, eran mis ojos los que habían cambiado.

Reyes, duques, emperadores, todos creían tener el poder de gobernar nuestras míseras vidas, oh infelices, no imaginan que no son más que títeres en manos de entes muy por encima de sus infames ánimas. Nosotros, los hijos de Hugin, tan solo éramos una pieza de ese puzle cósmico, un pequeño fragmento, pero al igual que en los rompecabezas más grandes, a veces, una pieza basta para que todo falle, y sí, nosotros éramos una pieza muy especial, que aún diminuta comparada con el extenso puzle, nuestros actos podrían desatar el caos más temido, el mayor de los males, la maldición más temida por el hombre: el olvido.
Eso era lo que nos diferenciaba del resto de humanos, incluso del resto de seres que habitan este inmundo planeta; poseemos el poder de arrebatar con solo desearlo aquello que atesoras en tu cabeza con afán, lo que fuera tu más preciado tesoro: tus recuerdos. Una canción infantil, tu primer beso, incluso el paso de la persona más especial para ti por tu vida,  o aún peor, tu propia existencia; todo ello puede ser borrado de tu mente. Devoramos esos recuerdos, como la sanguijuela se adhiere a tu piel para extraerte la sangre, esta es el elixir de la vida según algunos… ¡Valientes ignorantes! No saben lo que es sentirse vacío, solo, desamparado, observar impotente como tu paso por el mundo jamás dejó huella, tan solo porque nadie te recuerda, ni tú mismo sabes quién eres. Te aseguro amigo que en ese instante, la sangre es un bien que no vale nada. Y es que el mayor temor del hombre es ser olvidado, todo lo que hacemos, todo por lo que vivimos está destinado a esta vana causa; deseamos ser como Mozart y pasar a la historia con una bella melodía, o como Shakespeare y dejar un legado de hermosos escritos, que al pasar los siglos alguien, aunque solo sea una persona, cada vez que contemple nuestro regalo para el mundo recuerde cuanto menos nuestro nombre.

Es asombroso como se puede borrar nuestra existencia, nuestro paso por la Tierra con la fuerza de un suspiro, asombroso, sí, pero sobretodo es aterrador.  No queremos morir, deseamos ser inmortales, ya sea en vida, a través del ánima creando múltiples y a en ocasiones descabelladas religiones, o con nuestros actos.

Esta es la causa que provocó la creciente angustia que florecía desde mi esófago; al principio solo sentía pena, pena por mí y por mi hermana, pena por mis desgraciados progenitores, pena por todos los habitantes del mundo, que parecían no ser capaces de despertar de la ensoñación a la que estaban sometidos.
Enseguida la pena se transformó en odio, lo focalicé en mis captores, en aquellos ruines truhanes que me habían arrebatado la vida, y de pronto descubrí lo farsante que había sido conmigo mismo. Yo fui quien deseaba cambiar a toda costa, yo fui quien deseo la muerte de mi padre, yo fui quien acudió a las puertas del mismísimo infierno pidiendo ayuda, yo y solo yo, nadie más.  
Tras esta idea comencé a odiarme a mí mismo, a mi estupidez, a mi ignorancia y a mis impulsos irracionales, pasaba los días repugnado, mirando mi reflejo en alguna laguna preguntándome: ¿Cómo pude ser tan estúpido? ¿Cómo pude caer en la trampa? Yo que era el cazador me había transformado en la presa. Así que decidí no volver a cometer el mismo error, mis deseos no importaban, mis problemas no importaban, mi vida había dejado de existir hace mucho, no me quedaba nada.

En la nada me hallaba, y ya en la nada decidí encomendarme al único que no me había fallado jamás, cerré mis ojos y recité mis oraciones.  Mas esas oraciones jamás fueron pronunciadas por mis labios, mencionar siquiera a Dios me provocaba nauseas; mi mente se bloqueaba en esa idea, no era capaz de concebirla. Y eso fue lo peor, caí en la más profunda y negra oscuridad, yo que estaba muerto sentí frío en plena tarde de agosto, mas no era un frío corriente, era el frío de la soledad. Dios me había abandonado, me había dado la espalda, estaba completamente solo.

Desamparado como me encontraba decidí tomar la última decisión egoísta de mi vida, acabar con mi existencia dejando atrás a mi hermana, lo único que me quedaba. Pero no me pareció tan horrible la idea entonces, continuar en este mundo me parecía una experiencia miserable. Así que me encaminé al puente más próximo y me dispuse a saltar al lago seco, pero fue en el vacío cuando la sombra de la duda me invadió, y fue en el suelo cuando la certeza de la verdad me golpeó como el más terrible de los mazos dando vida a la peor de las respuestas.

Era inmortal.


Tras los muros de Dios



Me levanté con el irritante sonido de las campanas anunciando el comienzo de la oración de la mañana, no puedo entender cómo los monjes pueden levantarse tan temprano. Ya no era capaz de volver a conciliar el sueño así que me dispuse a proseguir con mi trabajo. Abandoné la habitación que para mí habían dispuesto y me deslicé sigilosamente- pues si mi memoria no me falla, los clérigos se encuentran celebrando maitines- por los pasillos laberínticos hasta llegar al patio principal. Allí me puse manos a la obra.
Los deseos del abad eran bien claros, quería que convirtiera aquella fría superficie pedregosa en un claustro que comunicara con la iglesia principal y las celdas de los monjes, así como otras habitaciones. A mí se me había encomendado la difícil tarea de transformar este viejo castillo de piedra en un monasterio rebosante de vida.
Así, los anchos muros de piedra de aquel patio pasarían a estar formados por columnas que coronaran el majestuoso claustro, sí, ¡qué majestuoso sería! Y el suelo... el suelo de piedra gélida desaparecería para dar pie a un maravilloso jardín, uno fértil y espectacular como no se ha visto jamás. Encajarían a la perfección con el equilibrio del edificio que se levantaría en honor a Santa María de la Blanca.

Tras la inspección del terreno que realicé el día anterior, pude comenzar a trazar unos planos que contuvieran mis más sentidos y soñados anhelos, unos planos que debían proyectar algo que cobraría vida mucho más allá del papel.

El edificio principal sin duda alguna era la iglesia que ya estaba erguida aprovechando la capilla que le propio castillo ya incluía dentro de sus muros. Al extremo derecho habrá lugar para toda clase de habitaciones de múltiples funcionalidades indispensables, tales como el scriptorium. Y así, una larga lista de habitáculos donde los monjes harán precisamente eso a lo que se han sentido llamados: ora et labora-orar y trabajar-.

Ya dispongo de una idea clara de la estructura del futuro monasterio de piedra - que debe su nombre al ría que pasa cerca de uno de sus extremos-, no obstante, los monjes se encontraban orando y meditando aún, y el abad dejó bien claro que la obra no debía alterar de forma alguna la actividad monástica, por lo que me dispongo a dar un paseo alrededor de los muros que con mis manos voy a transformar.
 El paraje del que está rodeado el castillo es más que reconfortante y hermoso, se encuentra sin duda en una transparente armonía; el caudal del río Piedra, combinado con los altibajos del terreno, forma unas cascadas sonoras que riegan la vegetación adherida a la pared de la montaña. Sin duda, el monasterio debía de estar a la altura de aquel pedazo de Edén, no podía ser de otro modo.

Tras finalizar mi apaciguador paseo me reuní con el abad para mostrarle los planos y solicitarle algunos obreros. Le pareció bien mi planteamiento del proyecto y me asignó unos pocos obreros a los que sus compañeros deberían sustituir en sus labores cotidianas. A decir verdad, no me era grata la idea de disponer de monjes para alzar aquellos cimientos, pero en ausencia de obreros formados eran mi única opción. Ellos se acababan de convertir no solo en los obreros de un monasterio, sino en los obreros que plasmarían mis sueños sobre aquella tierra.

Y así fue tomando forma aquella edificación, que pronto se convirtió íntegramente en el trabajo de mi vida. Me encargue personalmente de tallar los capiteles que coronaban aquellas portentosas columnas. Los monjes iban adaptándose a aquel nuevo ambiente que pronto se convertiría en foco de cultura y oración; en casa de Dios.

Años pasaron hasta que pude al fin ver mi proyecto cobrar vida. Pero allí estaba, en medio de esta gran obra maestra de la naturaleza, se alzaban, orgullosos los muros del Monasterio de Piedra que, si no formaban la edificación más hermosa de la península, no se hallaba lejos de serlo, orgulloso me encuentro sin lugar a duda de esta obra que ha salido de mi mente.


Me encuentro frente al poderoso edificio que deseo que se convierta en la última imagen que tenga la oportunidad de contemplar ya en mi lecho de muerte. Su capilla será el foco de todo este bullicio de fe que, adornada con las mas bellas y artísticas esculturas arquitectónicas, será el punto de unión de los monjes con el Señor.

Sueño con que este santo lugar se convierta en hogar para aquellos hombres que, por vocación, se han sentido destinados a seguir las normas de San Benito y, a su vez, ser precursores del mantenimiento de la cultura y grandes pilares dentro de la comunidad cristiana.
Este lugar, fruto de las manos del hombre pero gracias a la grandeza divina, que destinado está a alojar en su seno a multitud de fieles que no buscan sino cultivar la fraternidad, la vida en comunidad, la solidaridad con sus iguales y la fe en Dios.
Que la vida perdure por muchos siglos en este edificio, y que consiga cumplir con su papel: acercar al hombre a Dios, alejándolo de los problemas externos. Siendo un lugar de consuelo y descanso para pobres y peregrinos que cansados de su fatigosa vida busquen cobijo entre sus muros por siempre.

Esta es sin duda mi última voluntad.

viernes, 3 de enero de 2014

Capítulo 1. Un café con hielo por favor


Llueve, y este bar de mala muerte no deja de abarrotarse de gente, cada vez más. Parece que frente al mal tiempo este lugar que un día cualquiera sería cuanto menos evitable se convierte incluso en atractivo. La cola no deja de crecer y con ella el barullo y el ruido, no creo que pueda aguantar mucho más. Al fin llega mi turno.
-Un café con hielo por favor-murmullo malhumorada.
El camarero sonríe y enciende una ruidosa cafetera enorme, que bien podría ser una prima cercana de la primera cafetera que vio el mundo, el chorro de café cae contoneándose en la taza de plástico barato, y me provoca molestia. El camarero en un despiste deja caer dentro del café la diminuta cucharilla, que sin duda no acopla ni mucho menos con el tamaño de la taza, al darse cuenta de su fallo intenta remediarlo y no se le ocurre otra cosa que la genial idea de meter la mano entera dentro para intentar recuperarla. Con una mueca de repulsión y asombro que no me cabe en el rostro le digo al camarero, que aún continuaba urgando en mi "café".
-¿No esperará que le pague por eso verdad?
-Usted me ha pedido un café y esto, si mi vista no me juega una mala pasada, juraría que es café.
-Sí, y eso que hay en esa bolsa de al lado de la cafetera es café molido, ¿y a mí qué? Usted me da un servicio bien hecho y yo le pago así funciona la sociedad amigo, si no está conforme mudese a Canada, igual allí no tienen tantos escrúpulos.
"Y además, seguro que está aguado", pienso para mis adentros. Mientras me dispongo a salir de allí, hacia la calle que si no estaba inundada ya debía de quedarle poco.
El hombre debió notar mi ofensa y reaccionó escupiendo dentro del vaso de café y diciendo:

-Igual así le gusta más.

No lo soporto más y pasa lo inevitable. Agarro la taza de café y se la derramo por encima, hielo incluido o eso creía yo ya que parecía haber desaparecido, y de repente el hombre comienza gritar. Casi instantáneamente la gente posa su aburrida mirada en nosotros, y forman no otra cosa que el público de nuestro espectáculo.
Pero sus gritos...sus gritos son desmesurados para pertenecer a un hombre que simplemente estaba cabreado, no, debía ser otra cosa...

-¡Esta chica me a vertido una taza de café hirviendo por encima, miren, miren mis quemaduras!-dice mostrando sus brazos que efectivamente, y ante mi asombro, presentan irritaciones propias de una quemadura.
-Eso es imposible, usted me a servido café con hielo y eso es lo que le he tirado, ¡y lo sabe!

La gente comienza a mirarme con unos ojos que yo conozco muy bien "me están juzgando, lo sé, siempre lo hacen pero no comprenden que ahora mismo yo estoy tan confusa e indefensa como ese tipo" No me gusta esta situación, mi mente empieza a divagar entre los rostros de los allí presentes, una cara tras otra hasta que al final todas se asemejan iguales.
Y reacciono de la única forma que se me ocurrió en aquel instante, salí corriendo de allí, y me refugié entre la inmensidad de las calles de Nueva York donde nadie me conocía, donde nadie me juzgaría nunca.