Una ola temible de xenofobia (siempre camuflada de indignación y patriotismo, eso sí) amenaza las pacíficas aguas de la sociedad occidental, y nosotros no podemos hacer nada para impedirlo porque ¿Sabes qué? Nosotros somos esa ola.
Marine Le Pen afirma que cerrar las fronteras y no dejar pasar a las miles de personas que se han visto forzadas a abandonar sus casas para, ya no digo darles a sus hijos un futuro mejor, sino darles simplemente un futuro; es no solo necesario, también humanitario. Creo que la señora Le Pen y yo no tenemos el mismo concepto de humanitarismo. Eso a priori no es algo relevante, locos siempre ha habido y siempre los habrá, el problema es que a esta loca la apoya el 25% de la sociedad francesa.
Donald Trump vociferó en sus mítines cosas como: "Están trayendo sus drogas, están trayendo su crimen. Son violadores y algunos, asumo, son buenas personas", refiriéndose a los mejicanos que iban a estados unidos, justo después de proponer cerrar las fronteras con este país. Además de prometer al expulsión del colectivo musulmán tras los atentados cometidos por ISIS, este hombre tiene tras de sí comentarios, machistas y homófobos de todas clases. Y de nuevo encontramos lo mismo que en Francia, es el candidato a encabezar las listas del partido republicano, y cuenta con muchos apoyos, incluso con un club de fans.
Y esto solo son un par de ejemplos, suena increíble, precisamente porque nos dijeron que esto no podía pasar, que habíamos aprendido de nuestros errores, que occidente no iba a repetir jamás su historia de masacres y totalitarismos. Y nosotros les creímos. Ese fue nuestro pecado, pensar que estábamos a salvo de nuestra propia idiotez. Pero la realidad es que occidente se enfrenta a uno de los mayores retos de su historia como sociedad, y simplemente no estamos dando la talla, porque nos olvidamos continuamente, de que ningún pueblo está a salvo de cometer una estupidez.
Y pese a todo, lo que más me llena de tristeza es que nos digan que la gente les apoya porque tienen miedo, y eso es lo más normal del mundo. Por supuesto que lo es, es lógico tener miedo a una organización de energúmenos que usan el nombre de Dios para satisfacer su sed de muerte y destrucción. Y como es lógico, no es discutible; ahora piensa, que si tú, que estas en tu casa, leyendo esto tranquilamente tienes miedo, ¿cómo se llama lo que siente una persona que está ahí, viviendo en primera persona la barbarie de un pueblo destruido en nombre de unos ideales trasnochados, que tiene que enterrar a sus hijos, renunciar a verlos crecer, a sus ideales y a sus aspiraciones, dime, cómo le llamas tú a eso? Que pronto olvidamos que nosotros fuimos emigrantes igual que ellos.
¿Sabes qué? Yo también tengo miedo.
Tengo miedo de que todo lo que estábamos consiguiendo se venga abajo por culpa de un mundo tan ciego que no es capaz de ver que nuestras diferencias son lo que nos enriquece. Parecía que lo estábamos consiguiendo, veíamos como las nuevas generaciones iban dejando de ver raro a que dos personas de un mismo sexo se amen; veíamos a jóvenes, hombres y mujeres, luchando por la igualdad entre géneros, estábamos comenzando a tratar como iguales a los que siempre lo fueron. Demasiado tiempo de lucha como para que ahora de un plumazo nos lo arrebaten todo y no sentir rabia, impotencia, miedo.
Tengo miedo al ver que una cultura, a la que se le llena la boca de libertad, justicia, igualdad, solidaridad y demás, es en realidad una masa putrefacta, hipócrita y oscura, que por pretender encontrar soluciones sencillas a problemas complejos siguen a unos líderes que parecen fuertes y que prometen que al cerrar las puertas al exterior lo malo se quedará fuera, cuando lo único que huele mal siempre ha estado dentro.
Tengo miedo cuando escucho que la violencia de género ha sufrido un aumento considerable entre la gente joven. Tengo miedo cuando la gente dice que la homosexualidad es una enfermedad. Y tengo miedo, de verás, verdadero pavor, cuando veo manifestaciones para expulsar a toda aquella persona que, consideran, no tiene las características de un compatriota, porque suponen una amenaza.
Pero eso no es lo peor, lo que de verdad me asusta es que toda esa gente que sale de su país en busca de nuevas posibilidades, cansada de que compliquemos continuamente sus objetivos, decida darse por vencida y decidir que no quiere estar más aquí. Ese momento sería cuando se desatara la verdadera catástrofe, porque, aunque muchos aún no se han dado cuenta, y todavía más se niegan a admitirlo, les necesitamos; y ahora más que nunca, para que traigan su fresca brisa y nos ayuden a limpiar, y para seguir construyendo este proyecto compartido con la esperanza de que nuestros hijos y nietos piensen en nosotros y digan: "lo consiguieron, pese a que todo estaba en su contra, pese a que estuvieron a punto de abandonar y perderlo todo, lo hicieron". Y por ellos debemos hacerlo, no por otros.
Bien señora Le Pen, señor Trump, y todas aquellas personas que comparten este tipo de ideas, y que solo ayudan a todas aquellas personas que "tienen miedo", yo lo tengo, ¿cómo podrían ustedes ayudarme?