sábado, 25 de mayo de 2013

Vive.

Todos nacemos con un don, ese don que se va empañando con el tiempo, que cuando abandonamos nuestra infancia se va. Escuchad esta historia y entenderéis a lo que me refiero, tú eres el protagonista:

"Imagina un árbol que se encuentra en lo más profundo del bosque, tú naciste en lo más alto de ese árbol, casi rozando el firmamento. Pero los adultos deciden llevarte a su pequeño refugio, abajo a ras de suelo, y ocultarte tu lugar de origen. Pasaste un tiempo entre ellos y fuiste creciendo pero de repente un día decides alzar la vista y contemplar la copa, sientes una fuerza que te atrae hacia arriba, una nostalgia muy familiar que te anima a escalar, a imaginar, a descubrir el mundo. 
Un día armado de valor escalas el árbol, llegas a las alturas y desde allí contemplas el inmenso bosque bañado por un oscuro cielo salpicado de estrellas, y la hermosa Luna que orgullosa te contempla desde lo alto. Allí, te das cuenta de lo grande que es el mundo, y de que encerrado bajo miles de ramas y hojas no eres capaz de ver la belleza de lo que te rodea. Por una vez te sientes bien, satisfecho contigo mismo, te sientes feliz. Pero entonces llega el momento de bajar, tú más que ponerte triste, sientes el fervoroso deseo de compartir todo lo que has visto con el resto de personas, el resto de ignorantes que desconocen todo lo que se hallaba sobre sus cabezas.
Pero lo que nunca podrías imaginar fue la mirada de dureza que recibiste al contar tu maravillosa aventura, no podías creer que todos aquellos hombres y mujeres, a los que tu tanto admirabas te reprendían, te miraban aterrados, como si nunca hubieran sido testigos de tal atrocidad. Ellos hablaban de peligros, de crueldad, de fieras; pero tú asombrado, no podías más que callar incrédulo, pues no habías sentido nada de eso. Entonces comenzaron a decirte que tu lugar estaba abajo en el suelo, donde si trabajabas lo suficiente podrías llegar a ser feliz.
Así pasaba el tiempo y, aunque de vez en cuando te escapabas a contemplar de nuevo el precioso firmamento, una parte de su subconsciente te decía que aquello estaba mal, que debías crecer, que debías madurar.
Y poco a poco ibas olvidando esa magia, apartabas cada vez más de ti ese impulso emprendedor e irracional; hasta que un día, que te encontrabas en lo más alto, tuviste de nuevo esa sensación. "Debo bajar, olvidar este lugar y no regresar jamás", te decías. Tu corazón se resignaba a regresar a la comodidad, a volver a la seguridad del hogar con los adultos. Y así, mientras tu cabeza iba aceptando todas estas ideas, te hundías entre las hojas, te deslizabas poco a poco hacía abajo, hasta que al fin tus pies de nuevo tocaron el suelo. Volviste a la comodidad de la tierra, y sin quererlo, olvidaste el camino de retorno a la copa, de retorno a la vida."

Esto es mucho más que un cuento, es la historia de nuestra vida.
Y es que educamos a los niños y les inculcamos unos valores como la seriedad, la responsabilidad; les hacemos ver que la vida no es solo juego y diversión, la vida es lucha. Nosotros mismos cuando crecemos, olvidamos esa capacidad tan positiva, ese don que la infancia nos brinda, con el que podemos ser lo que queramos ser: la curiosidad.
Nosotros ahora somos esos adultos, personas tan acomodadas en nuestra rutina que ni nos planteamos que se puede vivir de una forma distinta, que estamos tan convencidos de hacer lo correcto que no alzamos la vista hacia arriba y nos paramos a contemplar las estrellas. Que enseñamos a nuestros hijos a trabajar y a olvidar esos placeres de la vida que tanta falta nos hacen. Y cuando llega alguien que no ha perdido esa maravillosa forma de vivir la vida, le tachamos de irresponsable o incluso de loco.
Fijémonos en los niños, sí, esas criaturas a las que tanto reprimimos. Ellos son felices, no hay más que fijarse en sus sonrisas, en su mirada inocente. ¿Sabéis por qué?, porque ellos no tienen miedo a descubrir, a explorar, no tienen miedo a vivir.
Desearía que todo aquel que lea esto, busque en su interior y recupere al niño que lleva dentro, ese niño que una vez subió a la copa del árbol y que no tenía miedo de descubrir el mundo,  al adolescente que anhelaba libertad, y que, si tenía miedo a algo era a caer en la rutina, al poeta, que se esconde dentro de cada uno de nosotros, y que nos da una perspectiva mucho más hermosa de la vida.
Porque si hay alguien que viva de verdad esos son los niños y los poetas. Recupera a ese niño, sube a la copa y contempla de nuevo las estrellas, no permitas que esta sociedad tan atolondrada te hunda entre las ramas, a un lugar tan profundo que incluso te impide ver la preciosa Luna.

Nosotros nos atrevemos a afirmar que comprendemos la vida, que poseemos la sabiduría y la experiencia, que debemos hacer que la oveja perdida vuelva al rebaño.
Pero ¿Sabéis qué? Le damos tanta importancia a todo eso que se nos olvida lo más importante de la vida: vivirla.

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