viernes, 28 de junio de 2013

La muerte

Muerte, ¿quién no siente la gélida sensación del miedo atravesando su estómago al escuchar esta palabra? Nos hiela la sangre en las venas y hace que nuestro corazón se detenga. Mas la muerte es algo con lo que ya deberíamos estar familiarizados, pues miremos por donde miremos estamos rodeados de muerte. En nuestro día a día escuchamos infinidad de veces la terrible palabra, encendemos la televisión y contemplamos imágenes que nos acercan a la muerte, que nos hacen fantasear con ella.
Escuchamos cifras de muertos como si fueran un simple número, y son mucho más que eso, son vidas. En los telediarios nos muestran sucesos que han desencadenado muerte y nosotros al escucharlos nos quedamos igual, rígidos, como si apenas nos importara; decimos: "cinco muertos no es para tanto, no merece la importancia que se le está dando." y en ese momento es cuando olvidamos que una sola vida arrebatada ya es demasiado. El hecho de que existan sentimientos que nos inciten a morir por alguien es absurdo, casi tanto como las personas que se creen capaces de ello, ¿cómo podríamos nosotros decidir nuestra muerte?, ¿cómo vamos a escapar de ella o a perseguirla si somos tan ignorantes?. Y es que el mero hecho de estar vivos nos impide comprenderla.

No obstante os ruego que no malinterpretéis mis palabras, no debemos preocuparnos por la muerte más de lo debido, pues jamás podríamos remediar que cuando llegue la hora nuestras vidas se acaben. Debe ser temida sí, pues si nadie temiera la muerte no salvaguardaríamos nuestras preciadas vidas como lo hacemos, y serían mucho mayores las cifras de incautos que mueren día a día a nuestro alrededor. Pero no debe ser motivo de discusión, nadie conoce adonde vamos, ni nadie lo conocerá jamás.
Por lo que a mí respecta, la muerte no es más que una palabra, una palabra que se emplea para poner nombre al final de nuestra existencia en este lugar al que llamamos vida. Para despreocuparnos de la muerte debemos ser conscientes de que nuestra vida es apenas un susurro, la llama de un candil que con una brizna de viento se extinguirá para siempre. ¡Cuan frágiles somos los hombres! nos creemos invencibles cuando cualquier cosa sería capaz de derrotarnos.

¿Miedo a la muerte? No, al nacer ya la esperaba, pues no hay mayor certeza en esta vida que todo lo que empieza con la misma facilidad acaba. Ahora no miento al afirmar que consciente soy de que moriré, haré lo que este en mi mano para que ese día me alcance más tarde que pronto, pero sé que llegará. Que no puedo luchar contra ella, que es tan inevitable como el latir de nuestro corazón. Sé que cuando parta muchos me echarán en falta, otros no tanto, pero a pesar de todo debéis alegraros, recordad que vivisteis a mi lado, compartisteis vuestra vida conmigo y cruzamos nuestros caminos por un momento. Por eso cuando ya no este aquí, mi único ruego será que a mi tumba no traigáis flores que recuerden en el cementerio mi muerte, que no se celebre funeral alguno que haga que la gente grabe en su memoria mi gris y frío rostro que ya no me refleja, honrando así a la muerte. Cada vez que me recordéis hacedlo recordando mi vida y mi historia, no con una lágrima sino con una sonrisa; cada vez que deseéis honrarme recordad mi rostro alegre, mi paso por el mundo y las huellas que en el dejé, y así estaréis honrando mi vida.

Es cierto que he afirmado que la muerte es inevitable, mas no es invencible, cada vez que se me recuerde  desde el día que mi vida comenzó y no desde que mi rostro angustiado dio paso al fin y precedió a la muerte, cada vez que alguien en su corazón aún me siento con vida, cada vez que, ni aún con mi desaparición tras la muerte, nada consiga borrar mi paso por la vida ; tantas veces como eso ocurra, entonces tantas veces habré vencido yo a la muerte.

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